Saturday, September 26, 2009

"Frìo en el Desierto"

Como muchas otras veces me acercaba al punto crucial, había que volver a topar, tal como había dicho la viejita mientras sonreía cínicamente detrás de sus espejuelos de gente decente. La palabra rebotó en mi cabeza sin saber a ciencia cierta lo que me quería decir, y no paso mucho antes de que se abriera cabal paso su significado. Entendí que tenía que ver con el pasado atorón y la necesidad de volver a enfrentar y superar de nueva cuenta mi miedo. Hacia tiempo que había dejado de creer en mi suerte, y ya ni tan siquiera creía aquella otra vieja frase de la hermandad “la suerte es de quien la trabaja”

Mi Explorer era una elegante flecha blanca que devoraba hambrienta y persistente el asfalto, sin vibraciones, con una hambre infinita, insaciable. Haciendo caso omiso del calor circundante, que asfixiaba los cactus en cien millas a la redonda, y obsesionada pretendía arribar antes de que el sol se ocultara. Mis deseos volaban con ella y me supongo que también el de la decena de gente apiñada en la parte posterior de mi corcel, que angustiados suplicaban acabar con la zozobra y el cansancio de los últimos días.

El aire acondicionado al máximo congelaba y endurecía mis dedos, rebotaba en mi chamarra plástica Nike, ocasionando en mi cuerpo una temperatura apenas por debajo de lo normal , como había dicho alguna vez inocentemente “la peca” a cero grados, ni frío ni calor. Para distraer la tensión me empeñaba en pensar en cosas agradables, mi flaca, el rancho, “los beneficios de trabajar en hermandad” con una participación proporcional de riesgos y beneficios. “Repartición equitativa de viajes y chickens” rezaba nuestro recién adoptado lema.

Una voz en la parte de atrás me retrajó de mis pensamientos.
- Señor coyote me regala un poco de agua- Tanta educación no pudo menos que arrancarme una sonrisa.
- Si, allí en la bolsa al fondo hay botellas de agua, pásenlas para todos y todas
(no podía olvidar fácilmente las lecciones de género de la fábrica procesadora de verduras).

– ¡Hey! Compa, pero no se olvide tampoco de mí y páseme una botella grande- le grite con familiaridad, para que se sintieran en confianza, entre amigos. Era parte del servicio de la compañía de “La viejita”, “que la gente viaje contenta, que sus buenos dólares pagan” –Me había dicho en alguna ocasión-

La viejita tenía razón, dos mil dólares era una pequeña fortuna, que si bien el ponerlos en el primer mundo los valía, también era cierto que le iban a sudar antes de volver a verlos juntos. Y recordé las jornadas de sol a sol y los 7.25 dólares canadienses, de mi anterior ocupación, como sanitario de Quality-Plus, una empresa verdulera desaparecida en el maremagnum de los referendos constitucionales quebecoais.

Finalmente me alcanzaron mi botella de agua, y me refresque los labios y la garganta con un primer sorbo, un par de horas más y estaría entregando mi cargamento humano, y si me sobraban los ánimos les estaría diciendo como en las películas de los hermanos Almada,

- Ahora si muchachos a ganar muchos dólares-

Me encantaba gritárselos a voz de cuello, de hacerlos sentir que todos sus esfuerzos habían valido la pena, y sobre todo de encontrar en sus ojos la alegría de saberse afortunados, de acceder al sueño americano y a sus propios sueños. Algunos de ellos se acercarían con una sonrisa franca y la mano abierta para agradecerme el servicio. La Luna y Gagostiano, mis cofrades pensaban que toda esta ceremonia era uno más de mis sarcasmos, pero nada más lejos de la verdad, era reconocer nuestras afinidades en un mundo perro y darles la bienvenida a este sitio que sería todo lo beneficioso que se quiera, pero no el mejor lugar par ser felices. Sin saberlo su felicidad quedaba para siempre atrás y se les abría el mundo del trabajo obsesivo y la posesión de objetos que haría muchas veces de su felicidad. Me miraba en cada uno de ellos cuando por primera vez atravesé la frontera con un caudal de sueños y miedos a cuestas y deseaba que para ellos jamás se terminará la fantasía.

El momento más difícil de mi misión estaba allí adelante a solo 15 millas, así que comencé a pensar en la parte más optimista de mi trabajo: La remuneración. Como todo buen empresario comencé a hacer las cuentas. Si todo sale bien -me dije- me voy a ganar otros 700 dólares, que sumados a los 3100, hacen casi 4000. No esta mal para dos meses de trabajo con todo y el atorón del otro día. Olvidemos los ratos amargos y pensemos tan solo que un mes más a este ritmo y me tomo unas merecidas vacaciones.

De nuevo estar con mi flaca, recibir sus besos, sus consejos, sus regaños y sus sonrisas. Todo esto vale la pena, sabiendo que ella estará allí cuando regrese y que seremos completamente felices, en tanto no tenga la necesidad de regresar. Pensaba que quizás en el futuro me iría mejor y podría olvidarme de todo esto. Quería creer que todo esto era pasajero, una fase más en mi vida que pronto concluiría, no me quería ver como todos esos otros traficantes y gandules que se perpetuan en las fronteras atrapados en la ilegalidad, por sus vicios y despilfarros, o por que simplemente no tienen ni deseos, ni otro lugar a donde ir. Me sentía aún limpio, capaz de reintegrarme al trabajo honrado, poco remunerativo pero al fin y al cabo decente. Soñaba en llegar a juntar un pequeño capital e iniciar un pequeño negocito, de lo que fuera, pero muy decente sin sobresaltos, y de compartir con mi flaca o con alguna otra los frutos de mi esfuerzo.

Sabía que estaba por encontrarme con la rápida que patrulla aquella parte de la carretera en el desierto de Arizona, la había encontrado ya muchas veces y casi adivinaba que en esta ocasión me encontraría con el oficial blanco y regordete, de bigote y sombrero vaquero de palma y su compañero de rasgos mexicanos, me había detenido a pensar si esos rancheros sabrían contar las x´s de sus texanas. Comencé a sentir un sudor frío apoderándose de todo mi cuerpo e irremediablemente recordé las palabras de la viejita – Hay que topar-

Mi último viaje no había sido el mejor ni el más afortunado en mi vida de pollero, me habían agarrado apenas subiendo a los pollos a un lado de la línea, me habían quitado el vehículo, me habían hecho las preguntas de rigor, y yo había contado la historia blanca del pollo que se convierte en conductor, afortunadamente me habían dejado ir en el mismo autobús que a los pollos que conducía , no sin antes pasarme a tocar piano bajo el nombre de Antonio Aguilar Infante . Ese día había vuelto a nacer y en Calexico habíamos celebrado en una cantinilla de mala muerte los tres cofrades: La Luna, Gagostiano y un servidor.

Solidarios miembros de la hermandad, unidos por la gloria de Dios y dedicados en cuerpo y alma al glorioso y patriótico trabajo de accesar mexicanos al American Way of Life. La Viejita, nuestra patrona y empresaria, hacía posible nuestro nobles y subsidiarios impulsos, proveyéndonos de los insumos básicos para nuestra labor humanitaria, camionetas y carros del año, rentados o comprados a crédito, y nos ayudaba humildemente, quedándose con la parte más substancial de los ingresos. Situación que nosotros le agradecíamos y aplaudíamos con veneración, porque nuestra hermandad nos aconsejaba no hacernos mala leche con envidias y corruptelas que solo conducen a la destrucción.

Por lo menos eso nos explicó Gagostiano quien por un tiempo había sido masón y era el líder natural del grupo y encargado de guiarnos espiritualmente en este mundo de zozobras y traiciones.

Estaba a la vista la rápida, era un bronco casi nuevo con los escudos de la Border Patrol muy relucientes, me fui acercando sin hacer ningún movimiento brusco, dejando que los dos migras encima de la patrulla me pudieran ver bien, que se percatarán de mi cabello rubio, los ojos de color y el aire desenfadado de cualquier chico sureño que recorre sin prisas el desierto. Nos cruzamos en la carretera y se me quedaron mirando de clavo, yo los seguía por el espejo retrovisor dando me cuenta que no despegaban los ojos de la Explorer, pensé para mis adentros -mal signo güerito.

100 metros más adelante se dieron la vuelta precipitadamente y encendieron la farola.

- ¡Esto ya valió madre, señores!- Les grite a los pollos – Recuerden que no me conocen y que yo no les vengo cobrando ni un centavo. Acuérdense que si alguien me pone dedo es el mismo que me va hacer compañía en el bote, hasta que todo este asunto se aclaré.

Miré por el retrovisor a mis pobres pollitos con la cara demudada y aire de total indefensión, me sentí como un padre que acaba de defraudar a sus hijos, pero de inmediato pensé en mi, - carajo, si el jodido aquí soy yo- a mi es al que van a entambar. Ni siquiera me cruzo por la cabeza huir. Baje la velocidad y me detuve a un lado del camino esperando que llegarán los oficiales.

El bronco se detuvo a unos pocos metros atrás de la Explorer, los dos oficiales se bajaron con desgano, a esa hora en que cae el sol a plomo, nadie quiere pasar ni un minuto bajo su feroz martirio. Se aproximaron uno de cada lado de mi vehículo, escudriñando a través de sus gafas oscuras y los vidrios polarizados de la Explorer, intentando descubrir algo sospechoso al interior del vehículo.

Ninguno de los dos oficiales, me era familiar, por lo menos eso me dio gusto de no encontrarme con el flaco y el gordito, quienes me reconocerían de inmediato y allí si ni Dios me salvaría. Los dos altos delgados, con la cara colorada y la finta irrefutable de texanos.

Los dos oficiales se aproximaron al mismo tiempo y el que venia por el lado del conductor, me indico con la mano que bajara el cristal.

Baje el cristal lentamente y los dos con ojos curiosos se asomaron al fondo del vehículo, sus ojos se abrieron y brillaron de satisfacción al identificar mi cargamento humano hacinado en la parte posterior del vehículo.

¡Bingo!, gritaron casi al unísono, los dos oficiales y casi se felicitaban el uno al otro con la mirada.

-What made you guess he was smuggling aliens? Le dijo uno al otro
(¿Cómo adivinaste que el llevaba ilegales?)
I had a suspicion when I saw him wearing a jacket, I thougth for myself isn´t it enough this damn heat, to be wearing extracloths. (Yo sospeche, cuando lo vi con la chamarra encima, pensé no es suficiente con este condenado calor para usar algo más encima)

El oficial que me pidió que bajara el vidrio se dirigió en tono neutral hacia mi en ingles:

-Please, get off, Sir.

Yo fingí que no entendía nada, y puse mi mejor cara de What?. Los dos oficiales se miraron desconcertados y después esbozaron una sonrisa. El mismo oficial se dirigió de nueva cuenta a mi, en ingles.

Do you speak English? Don´t you understand me fellow? Don´t make me laugh Sir, I can´t believe you don´t speak English.

Yo proseguí con mi cara de no entiendo nada, hasta que el otro oficial se aproximo y comenzó a hablarme en un español mocho.

¿Amigo, no hablas tu ingles? -No señor no hablo ingles -le conteste muy respetuosamente.

Se pararon los dos oficiales a un lado conferenciando respecto de mi, les parecía imposible que con mi aspecto agabachado no mascara yo la tatacha, casi abrían jurado que pretendía burlarme de ellos, que era ciudadano americano y que pretendía pasar por pollo. Pero el escucharme hablar el español perfectamente les desconcertó y prefirieron generar un consenso común.

Después de la conferencia, el que me hablo en español se acerco a mi y me dijo
-Espérame no te muevas de aquí- pensé yo para mis adentros , si ya parece que voy a correr, aquí en el desierto, no sobrevivo ni media hora.

El otro oficial se dirigió al bronco y desde allí comenzó a hablar por radio, en tanto que el oficial que hablaba español se dirigió a la gente y les comenzó a decir que eran la policía fronteriza, que no se desesperaran que en unos minutos vendrían otros oficiales a recogerlos, para llevarlos a migración.

Después se acerco a mi, y me comenzó a decir mis derechos mitad en ingles y mitad en español, acto seguido me hizo las preguntas de rigor, de donde venia, a donde iba, cuanto les iba cobrando, que si sabía que estaba cometiendo un delito y todo eso. Yo le conteste a todo con la historia del cándido pollito, que no tiene dinero que quiere pasar al otro lado y trabajar para juntar unos ahorritos. Que en la frontera me había encontrado un señor que me había dicho que el me podía ayudar a cruzar, que si sabía manejar, y que yo había aceptado, que me habían hecho caminar un tramo por el cerro junto con otra gente y que después me habían metido en una casa de donde me había traído por la mañana para manejar esta camioneta, que me había dado las instrucciones de viajar por esas carreteras, y que más adelante me estaban esperando para recoger la gente. Me preguntaron santo y seña de todo, y como en la canción de todo les di razón, procurando relacionarlo todo con detalles ciertos para después no equivocarme.

Cuando me preguntaron mi nombre, pensé en darles otro más, pero me detuve a tiempo, reflexionando que en el otro atorón me había sacado huellas al nombre de Antonio Aguilar Infante, y que si hoy me volvía a tocar la mala suerte, nomás me la iba a complicar como un amigo mío, que por ese detalle s paso unos meses de más en el frescobote. Así que les dije, Pedro Infante Aguilar con toda la seguridad y franqueza de que pude hacer gala.

Así que el oficial se fue a radiar mi nombre y a solicitar información sobre mi persona, en tanto que el que no hablaba ingles, se quedo cerca de mi, nomás mirándome desconfiado y con ganas de platicarme algo en ingles. Para ese entonces ya me había amarrado con el pedazo ese de plástico que le estrangula a uno las muñecas, y prefería no moverme mucho, para no lastimarme y nomás fingía demencia.

Afortunadamente no se les ocurrió interrogar mucho a la gente, y si lo hicieron no sacaron mucho provecho, por que la gente no contestaba, nomás se quedaban callados y con cara de asustados. Y pensaba yo para mi, eso esta muy bueno.

Después de un rato regreso el oficial que hablaba español, y se dirigió al otro en ingles.

We got him, he was caught last week in the border with nine aliens in the back of a blue Aerostar, I don´t believe his story, do you? ( Lo tenemos, el fue detenido la semana pasada con nueve ilegales en la frontera, Yo no creo su historia. ¿tu si?

Me neither, pal. Let´s go interrogate him about it. ( Yo tampoco vamos a interrogarlo)

Se acercaron los dos, y entonces si que comencé a sudar, ya sabían que me habían agarrado en la otra Explorer.

El que hablaba español, me dice: “ ¿Así pues, que vienes de Jalisco y quieres ir a California? Si señor- le conteste yo.

“Cuantas veces has intentado pasar junto con esta?” Dos señor, la primera me agarraron en la frontera en otra camioneta como esta y me echaron para fuera junto con la gente. Le contesté y el día de hoy.

El oficial que habla español le traduce al otro todo lo que hemos platicado, y después de platicar un rato, se acerca a mi el que no habla ingles y me dice:

“Hey amigoo, you are a lucky guy, you´ll be a free man again” y sin más se retira a su camioneta.

Poco después llegan mas oficiales, cargan con todos los pollitos y me suben junto con ellos en una perrera. Y de allí directo y sin escalas hasta la frontera de Mexicalí.

A media noche era yo un mexicano más en la frontera, había topado nuevamente y perdido, más valía no volver a tentar a la suerte, así que decidí contar mis perdidas y mis ganancias y regresarme por un rato a mi querido rancho.

A pesar de todo me sentía el hombre más feliz sobre la tierra, me sentía afortunado, al final de algo me habían servido tantos años de maldito ingles.

"Contrabando y Traiciòn"

No sabes que algo va a suceder hasta que te pasa, esa fue la gran lección que tras largos años de andar a salto de mata me dejó la vida. Aquella mañana parecía como un día más, y solo después de los tristes acontecimientos que un poco más adelante relataré, me fui dando cuenta que desde las primeras horas la fatalidad ya estaba presente y que bien poco pude haber hecho para evitarla.

La noche anterior había sido una más de tantas noches, y hubiera pasado desapercibida sino me hubiera encontrado nuevamente con la “Machincuepa”, o sea la Rosario, a quien así apodábamos por su gran capacidad de caer parada y sobre blandito cada vez que la lumbre le llegaba a los aparejos. Fuimos algo así como “partners”, y nos habíamos conocido rodando en esto de las cosas del negocio, y desde el primer momento en que la vi, ella me vio y los dos supimos que “algo” tenía que suceder.
Es menester aclarar que dado la liviandad de sus cascos y su muy bien ganada fama de mujer fácil permitían suponer que nomás era cosa de moverle tantito para ganar sin mucho esfuerzo sus favores.

De aquella vez en que nuestros ojos chocaron hacía ya un buen tiempo, y no lo niego, tuvimos mientras que supe administrarme, una relación que yo catalogaba como aceptable, pero que para ella se convirtió en la tabla de salvación de la que no quería deshacerse bajo ninguna circunstancia. Debo decir que no podía dejarla así como así, pues me representaba la seguridad que en esos momentos de crisis yo no podía despreciar. Así que anduve con ella. nomás dando bola para no dejar que el negocio se me cayera mientras aparecían nuevos prospectos que me permitieran enderezar la nave.

La Rosario se me fue convirtiendo en un “pain in the Ass” como dicen los gabachos, pero mi situación era tan precaria, que no podía darme el lujo de prescindir de mi única fuente de ingresos; al menos mientras que alguno de mis antiguos socios se armara de valor y apareciera de nuevo por los rumbos de San Isidro, haciendo de tripas corazón y dejando a un lado el miedo de quedar entambados por tiempo indefinido. Así que estuve aguantando y cediendo cada vez más a las pretensiones de la Rosario que cada día se volvían más exigentes y disparatadas. Los signos fueron apareciendo poco a poco, y yo me hice como que no me daba cuenta, primero las salidas a cenar, cuando antes lo primero que hacíamos era refundirnos en el primer motel que encontrábamos, y luego, las idas al cine que entre paréntesis te costaban un ojo de la cara y todo para no entenderles ni madres porque las películas siempre te las pasaban en inglés. Pero cuando me di cuenta del real peligro que me acechaba, fue cuando me quiso llevar a misa; y no es que no sea católico, lo soy y a mucha honra, sino que mis convicciones personales me impiden asistir con cualquier mujer a tan sacrosanto lugar y es que la Machincuepa no era cualquier mujer, sino que era una cualquiera, y eso ya era el colmo de las desvergüenzas. Pero como yo no podía agarrar el toro por los cuernos y sincerarme por cuestiones de seguridad personal, le daba largas al asunto y ella montada en eso del que calla otorga iba alimentando una ilusión que yo no era capaz de desmentir. Yo nada más esperaba que para cuando se diera mi anhelado cambio de suerte no fuera ya demasiado tarde.

Cuando Nacho me habló para decirme que venía en camino, el mundo entero se me pintó de rosa, nada más que todavía estaba en Guatemala, así que para llegar todavía le colgaba como cosa de un mes, tiempo que yo consideré suficiente para arreglar mis asuntos con la Rosario sin que la sangre llegara al río. Pero no obstante la delicadeza con la que comencé a tratar el asunto, ninguno de mis argumentos pareció funcionar y lo que fui generando fue un gran resentimiento que aumentó cuando se dio cuenta que estaba a la espera de hacer un regreso triunfal en el mundo de los negocios y por consecuencia de hacer “mutis” de su vida. Mientras tanto, Nacho me seguía llamando y en cada una de sus llamadas, sentía que estaba cada vez más próximo mi definitivo cambio de fortuna. Ya estoy en Morelia, me decía, Ahora estoy en Guadalajara, mañana llego a Mazatlán y así cada dos o tres días, mientras que la Rosario me veía con unos ojos que casi querían tragarme. Cuando Nacho estaba en San Luis Río Colorado, consideré el mejor momento para decirle adiós. Ni me contestó, cuando me vio buscando mis maletas solo me dijo:
- ni te molestes en buscarlas, esta mañana las tiré a la basura.
En ese momento ni apuro me dio, y hasta consideré como barato el precio pagado con tal de que ella desquitara su coraje. Así que ya parado junto a la puerta, me volví para mirarla y los dos supimos que otra vez que volviéramos a vernos nada más odio tendría para obsequiarme.

Nacho me llamó, había llegado a Tijuana y esa misma noche cruzaría la frontera, así que me arreglé y me dispuse a pasar una agradable velada en el “Marisol”, salón de baile donde se reunía la gente clave del negocio, preparándome para mi gran día. Cuando llegué lo primero que vi fue a la Machincuepa, y me dedicó una de esas miradas que matan, yo me hice como que no la vi y me seguí de refilón hasta donde estaban unos viejos amigos. Toda la noche me la pasé ignorándola, pero mis amigos entre burla y burla me decían que estaba muy bien acompañada. Uno de ellos, nomás para provocarme que se acerca ala mesa donde estaba y les pide lumbre para encender su cigarrillo, y que regresa con el cigarrillo apagado y que me dice:
-¿A que no sabes con quién está la Rosario?, ¡es un pinche gabacho que no habla ni madres de español y que para colmo masca tabaco y no deja de mirarte y de murmurar entre dientes! Yo me hacía el desentendido y confiaba en que serían ya los últimos rescoldos de la tormenta y abrigaba la ilusión de que solo fuera cuestión de tiempo para que las aguas regresaran a sus cauces. Ella se la pasó bailando y yendo una y otra vez con los músicos a pedir cierta canción que fue la rúbrica de la noche entera.

Ya de madrugada, y en mi nuevo domicilio sonó el teléfono como había estado esperando para informarme que Nacho, mi guía estrella, había llegado a casa de doña Juanita con algo más de treinta pollos así que desperté a mis chalanes, les di dinero para que prepararan sus trocas y las instrucciones de rigor para que a la hora de la hora no se me apendejaran.

Era una mañana resplandeciente, me bañé y seleccioné de entre mi escaso guardarropa una playera y unos pantalones, tomé mi cartera, mis lentes para el sol y salí a luz del día. Cuando llegué ya me estaban esperando, abracé a Nacho y le reclamé el olvido en el que me había tenido. Acto seguido pusimos manos a la obra.

No habíamos empezado a acomodar a la gente en las trocas cuando se armó el gran desmadre, por el frente venían varias patrullas de las que salían hombres con chamarras de policía, cerré rápidamente la puerta dejando a los chalanes afuera y me fui hasta la parte de atrás de la casa, rompí el mosquitero y salí por la ventana hasta la calle. Me dirigí a mi antiguo domicilio, es decir a donde hasta hacía unos pocos días estaba viviendo con la Machincuepa, que solo estaba a unas pocas cuadras de ahí, di vuelta, llegué hasta la casa y toqué desesperadamente, se asomó la Rosario y durante unos segundos dudó, pero pronto se resolvió a no dejarme entrar, cuando quise abordar el trolebús que en ese momento pasaba ya era demasiado tarde, el sargento Brown, me tenía encañonado.

Ahora ya a toro pasado y haciendo memoria de aquella noche en el “Marisol”, no sé porqué pero no me dio mala espina de que la Rosario estuviera acompañada de un americano que mascaba tabaco. Lo que no me perdono es por haber sido tan estúpido de no haber comprendido que la canción que pidió toda la noche fuera esa de “...cuando una hembra si quiere a un hombre/ por él puede dar la vida/ pero hay que tener cuidado/ que esta hembra se sienta herida/ la traición y el contrabando/ son cosas incompartidas...”

Cuando alguien me pregunta que si le tengo rencor, no siempre les contesto lo mismo, a veces les digo que si me traicionó fue por mi culpa, otras que nomás es cuestión de tiempo para que la vida le devuelva la misma moneda, lo que nunca le he perdonado, ni le perdonaré es que me haya cambiado por un pinche policía y que además me haya puesto dedo justo cuando mi buena estrella comenzaba a brillar.

"Nacho"


Nacho apareció por mi vida en momentos aciagos, para ayudarme a traspasar la línea que separa a los hombres de empresa de los mediocres.

Nuestra larga amistad, nació como el fruto de las circunstancias, en una noche en la que mi patrón se fue de parranda con una de sus novias en turno, dejando desprotegido y al alcance de mi mano el teléfono: instrumento fundamental en eso de correr el negocio y mantener funcionando las endebles lealtades. Era Nacho, así me lo hizo saber y estaba super urgido de un levantón. Para esos entonces gracias a una tenaz voluntad de salir de perico-perro y convertirme, si la vida me lo permitía, en el hacedor de mi propio destino, había comprado con un esfuerzo supremo un carro y una pick-up; herramientas indispensables en esto de transportar ilegales. Sin entrar en detalles le pedí sus coordenadas, y me salí con todo y mis escasas pertenencias. Sabía, que había ganado la oportunidad de llegar a ser jefe, pero asimismo, que perdía toda posibilidad de regresar a la seguridad y el confort de esa casa y de volver a mirar otra vez a su único ojo a mi ex- patrón el tuerto.

Nacho tardaba meses en dar señales de vida pero siempre aparecía y llegaba a la casa en un peregrinar que lo llevaba de norte al sur y de sur al norte siempre con personas a las que les agarraba cariño por convivir mucho tiempo con ellas. En uno de tantos viajes en que tuve la mala fortuna de acompañarlo, comenzaron los problemas con Ovidio, entre otras cosas porque en este negocio nunca se pisa firme y porque desde mi punto de vista, Nacho se excedía en el celo con que trataba a su gente. Fue por Tecún Umán, en territorio guatemalteco, cuando Ovidio, compañero de trabajo y empleado del mismo patrón, nos delató a la policía local y mientras que eran peras o manzanas nos mantuvieron en el tambo tres días. Cuando volvimos a ver la luz del sol “nuestros” pollos, que desde hacía tiempo teníamos apalabrados se habían ido: Ovidio hacía tres días que los llevaba con rumbo a Los Estados Unidos. Regresamos a San Diego con las manos vacías. Una vuelta tan larga nomás para estar en la cárcel. Yo nunca he sido rencoroso, así que pronto olvidé el detalle, no así Nacho, que cada vez que me veía se la pasaba dándole vueltas al recuerdo, fastidiándome conque le diéramos un susto y que ni creyera que se iba a quedar así; y nomás duro y dale, calentándome la cabeza y pidiéndome que lo ayudara si en verdad era su amigo. Una noche después de celebrar en la “Posta” y un poco turbado por los vapores del alcohol le dije que estaba bien, que iríamos con mi amigo Tony a ver que era lo que se podía hacer. A mí no me terminaba de gustar la idea porque en eso de las venganzas siempre te sale cola, y porque además, yo no tenía mucho que sentir del Ovidio porque cada vez que llegaba la frontera se reportaba conmigo; así que si le hice caso fue porque además de que traía unos alcoholes en la panza, ya era mucho lo que había chingado.

A Tony, que en aquellos entonces trabajaba como detective para la Border Patrol, le planteamos el asunto y nos hizo caso, entre otras cosas, porque además de varios favores me debía un carro que nunca me pagó. Después de varias horas en las que seguimos departiendo y en las que Nacho no paró de dar santo y seña, nos fuimos a la casa y sólo fue cuestión de tiempo para que el asunto quedara olvidado.

Con eso de que rodando las piedras se encuentran, no pasó mucho para que Nacho y Ovidio se vieran nuevamente las caras. Fue en casa de Don Charvín y no tardó para que las viejas rencillas salieran a relucir, sólo que esta vez el patrón aclaró las cosas; si aquella vez Ovidio nos había robado la gente no fue nomás porque sí, sino porque Nacho ya estaba muy desprestigiado y con eso de que le agarraba mucho cariño a su gente y en especial a la mujeres de no mal ver, la clientela estaba muy descontenta. Fue por eso que la denuncia fue sólo la estrategia para que Ovidio le entrara al relevo y la gente siguiera llegando. Una vez aclarados los malentendidos todos nos pusimos a celebrar amigablemente y Nacho y Ovidio después de tanta mala leche se volvieron a sentar a la mesa.

Los negocios florecían con eso de las crisis de los países tercermundistas y no nos dábamos abasto para transportar tantas almas inocentes en pos del “american drim”. De aquellos malos entendidos ya no quedaban ni los más mínimos rescoldos, daba gusto ver a Nacho y a Ovidio trabajando hombro con hombro.

Fue después de varias semanas en las que ninguno de los dos aparecía por mi casa que le volvieron a caer con un grupo de gente de Centroamérica. Comenzamos a platicar y me contaron que las cosas cada vez se ponían más difíciles que a Ovidio ya lo traían cortito, que por dónde quiera que andaba se topaba con cabrones sospechosos y que se batallaba lo indecible para hacerla hasta San Diego, así entre plática y plática, se empezó a sentir la necesidad de algo que reconfortara el espíritu, y como yo era el anfitrión y además estaba obligado por razones de negocios a crearles un ambiente agradable, tuve que salir a deshoras de la noche a ver dónde conseguía algo para que tomaran. Anduve de la ceca a la Meca buscando licor sin poder conseguirlo, hasta que se me iluminó la cabeza y me acordé de una antigua amiga que siempre estaba bien pertrechada. Me encaminé con la firme intención de abastecerme y regresarme como de rayo a donde mis amigos. Cuando toqué a la puerta me abrió la Rosario, me tomó de la mano y sin ninguna dilación me llevó hasta su recámara, debió suponer que andaba buscando otra cosa, porque cuando le expliqué el motivo de mi visita nomás torció la boca y me dijo que ya sabía donde estaban que para que le hacía concebir “falsas ilusiones”. Tomé las que más se me apetecieron y le eché un último vistazo a la Rosario que desde la cama me despedía. En un esfuerzo supremo de disciplina y responsabilidad me encaminé hacia la puerta y desde allí le grité que me esperara, que lueguito volvía.

Cuando regresé a mi casa todo estaba tranquilo, cuando entré me di cuenta de que el Ovidio ya no estaba y según me explicó Nacho ante mi tardanza se decidió a salir a buscar algo por su cuenta. De eso hacia ya rato así que consideraba que no debía de tardar. Abrimos una de las botellas y comenzamos a beber poco a poco, y a hundirnos en nuestros recuerdos y a refrendar la vieja amistad que nos unía; del Ovidio ni sus luces y ya para entonces francamente no nos importaba, en eso estabamos cuando escuchamos ruidos extraños y la casa se iluminó de color rojo y azul, cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba ya estabamos arriba de la patrulla con las manos esposadas.

Nacho salió libre, con sólo decir que él estaba de visita en cambio yo tuve que pasarme doce largos meses en la cárcel y cada uno de ellos maldiciendo al cabrón de Nacho porque por su culpa tuve que cargar con toda la responsabilidad. Las evidencias en mi contra, y otros indicios que me señalaban directamente como el culpable contribuyeron a que me dieran una larga y excesiva condena.

El Tony al enterarse vino de visita muy triste por el desafortunado curso que tomaron los acontecimientos. Me trajo unos cigarrillos, que no me hacían ninguna falta porque el buenazo de Ovidio conmovido ante la “mala” suerte me mandó tantos que en el largo año de prisión no tendría tiempo para consumirlos. Cuando ya se retiraba apenas me dio tiempo para hacerle algunos encargos, entre ellos le pedí que apenas supiera del paradero del Nacho me lo comunicara porque entre las muchas cosas que Nacho nunca aprendió estaba esa de que en este oficio hay ocasiones en las que se tiene que aprender a tragar camote y que si el destino me lo permitía yo sería su maestro, y la segunda fue que le dijera a la Rosario que si aún me estaba esperando que me hiciera el favor de tomar una silla porque todavía le faltaba un buen rato para que me volviera a ver por su casa.

"El Viaje"

Cuando abandoné el cuarto del hotel era ya de madrugada, un sabor a derrota me escocía la garganta, traté de dejar todo los recuerdos atrás y me dirigí a mi RAM Charger, ahora cruzar la frontera cuanto antes era lo único que importaba. Tenía que presentarme a trabajar al día siguiente. Mi único día de descanso lo había invertido en retomar mis antiguas correrías y sin embargo, todo era distinto, todo era como estar en suspensión, en espera de regresar nuevamente a mi antiguo oficio. Al acercarme a mi camioneta un tipo salió corriendo, cuando estuve dentro me di cuenta que me habían robado el estéreo. ¡Pinche suerte, ya nomás falta que me orine un perro!

Hacía más de tres semanas que habían agarrado al Monín y que tuvimos que bajar la intensidad del trabajo, no podíamos seguir operando a ese ritmo, debíamos hacer cualquier otra cosa hasta que la más insignificante nube de peligro se disolviera en el horizonte; fue entonces que el buenazo de Leonardo me preguntó si quería trabajar en el Seven Eleven, estaban contratando gente, me dijo, y quien quita me tocara. Decidí presentarme y a los tres días estaba preparando sándwichs y trapeando la tienda; el salario no era la gran cosa pero en tiempos de crisis lo primero que se asegura es la sobrevivencia.

En el Seven Eleven (una tienda de conveniencia como dicen los gabachos), el primer obstáculo que enfrenté fue la barrera del idioma, pero como siempre me ha gustado aventarme al ruedo, me pareció que entre mis compañeros de trabajo y yo había comunicación. Junior un samoano que era mi jefe en turno, me trataba con cierta consideración que yo agradecía y entre charla y charla se pasaba la jornada. Entrar a trabajar a las seis de la mañana, preparar café en chinga para que los adormilados clientes reciban su campanazo, ponerte detrás de la barra y despachar un croissant o un bagel eran las tareas habituales, sin embargo, lo más importante era que habría comida en la casa y además casa


Los días pasaban de prisa y ya sólo eran un recuerdo el tiempo que pasé en Centroamérica reclutando gente para llevarlos al sueño americano, una forma elegante de decir que casi cualquier cosa es mejor que permanecer en nuestros ranchos esperando que el hambre nos alcance.

La historia comenzó cuando Nacho, que estaba de paso por la casa rumbo a Los Ángeles para arreglar asuntos de negocios con Don Charvín me preguntó:

-¿No te gustaría ir a Centroamérica?-
Probablemente estaba yo adormilado, cómodamente apoltronado en la sala viendo la televisión, así que le contesté algo que interpretó como un sí.
Cuando se despidió me dijo:
- ¡Estamos hechos!, el martes nos vemos a las diez en el aeropuerto de Tijuana…
¡Bonita chingadera! me dije, ¡cualquier cabrón se siente con derecho de darme vacaciones…! Así que al día siguiente me dediqué a buscar ropa y hacer los preparativos para mi viaje.
Nacho y yo teníamos rato de conocernos, habíamos pasado como quien dice por las duras y las maduras, los dos nos independizamos a la par, él de su jefe Ovidio y yo de mi archirreconocido expatrón el tuerto; juntos habíamos hecho negocios llevando almas inocentes y no tanto al American Dream, habíamos pasado varios meses en la cárcel juntos, y le había servido de paño de lágrimas, cada vez que su vieja lo mandaba a la chingada; así que con tamañas confianzas me dije:

-Es tiempo de ensanchar horizontes, ya nada más me faltaría traer negros y asiáticos para ser un pollero internacional.
Reuní a los “compas” con quienes trabajaba y los convencí de lo importante que era ampliar el radio de acción para el negocio. Las condiciones se dieron y la Manzana podrida, Charlois, el Mono, Don Nick, Chicho, Benny y el Chiquillo de “motu proprio” consintieron mi ausencia.

Aquel martes el aeropuerto estaba hasta la madre de paisanos. Algunos de ellos tan desorientados que hasta para ir al baño necesitaban coyote. Nacho llegó enfundado en unas bermudas color plátano, unos lentes oscuros y una camisa floreada de color rómpeme la pupila, lo mejor de él era su risa ancha de indio purépecha y el brillo de sus ojos rasgados y sinceros. Se paró en medio de la turba y me gritó
- ¡Hey pinche wet back!
Yo me hice como que no oí porque aunque no era verdad lo de mi estatus migratorio, no dejaba de incomodarme, así que me acerqué y le dije:
-¡Órale cabrón, aparte de traerme de tu chalán todavía me insultas..!

Abordamos el avión como dos turistas que se aventuran por el ancho mundo, y el vuelo transcurrió sin mayores novedades, excepto por que Nacho tuvo la delicadeza de llamar a la aeromoza para decirle que el jugo de naranja estaba “un poco malo”, entonces le dije:
- ¡Que detallazo cabrón se nota que eres persona fina y educada, no le dijiste de plano que el jugo estaba malo, sino solo un poquito..!

Llegamos a la ciudad de México en un vuelo que fue placentero hasta que el avión inició su descenso, entonces vimos aproximarse, no el suelo, sino los techos de las casas llenos de trebejos y de ropa tendida y por más que buscábamos en el horizonte un clarito lo suficientemente grande para que el avión aterrizara no lo encontrábamos así que mientras me encomendaba a todos los santos pensé:

-¡En la madre, creo que voy a parar en medio de la sala de cualquiera de estas pinches casas arrabaleras…!
Antes de que me diera cuenta ya estaba sintiendo como las turbinas frenaban pegándome el lomo al asiento y rezando para que la pista durara siquiera lo suficiente para que el madrazo no me doliera tanto.

Bajamos en el aeropuerto de la ciudad de México y nos dirigimos inmediatamente a la Central de autobuses del sur.
Siempre que tengo oportunidad de dormir no la desaprovecho, algunos dicen que es mi forma de evadirme, otros más dicen que también es un tipo de vicio, lo que yo digo es que mientras que se pueda dormir hay que dormir, así que apenas abordamos el A.D.O me instalé en mi asiento y no desperté hasta que Nacho tocándome el hombro me dijo:

-¡Cabrón, ya llegamos, para eso de dormir nadie te las gana, con tus ronquidos traes a la mitad del pasaje en vela!

Agarramos nuestros tiliches y abordamos un taxi que nos llevó al hotel Posadas; posaderas dije yo, en el meritito centro de Tapachula, el hotel hizo honor a su nombre pues al ir subiendo las escaleras rumbo a nuestro cuarto un par de buenas posaderas subían contoneándose provocativamente justo frente a nuestros ojos. Entonces sentí que el clima cálido y el ambiente festivo de la ciudad reconfortarían de alguna manera mi trasijado espíritu.

Esa noche dormimos en medio de un calor insoportable, a la mañana siguiente nos dirigimos hacia ciudad Hidalgo para cruzar la frontera y entrevistarnos con el grupo que nos aguardaba y ultimar detalles para iniciar el largo viaje.


Al llegar al río me di cuenta que tendríamos que cruzarlo montados en cámaras de llantas infladas, era un transporte poco convencional pero práctico.
- Las fronteras son hechas para cruzarse- me dije yo, las maneras son amplias e ingeniosas…
Esa tarde estabamos bajo la sombra de una palapa disfrutando de una comida digna del mejor restaurante de la ciudad de México cuando Nacho me dijo:
- Espérame un ratito, ahoritita regreso.
Me quedé disfrutando la comida, atendido por un mesero que nada más faltaba me aplaudiera los pedos, por lo complaciente y servicial. Me gustó estar allí viendo pasar carritos tirados por bicicletas a manera de taxis de países subdesarrollados, sintiéndome en una atmósfera de relax sin imaginar que pronto tendría que pagar un precio. Nacho tardó más de lo esperado, sin embargo llegó muy contento y frotándose las manos me dijo:

-¡Excelente!, todo va muy bien, ya nada más estamos en espera de otra persona para completar el grupo y nos vamos. Nacho pagó la cuenta, dejó una generosa propina y nos marchamos.

Yo compartía su optimismo porque hasta el momento, como quien dice iba sólo de dama de compañía, gozando de las nuevas experiencias y de los nuevos lugares, esa noche rentamos cuarto en el hotel “Tecún Umán” y nos pusimos a ver televisión. Era Tarde cuando llamaron a la puerta, abrí y sin más ni más me preguntaron:
¿Es usted Ignacio García? Les respondí que no, que era mi compañero de cuarto.
Nacho que había estado escuchando todo se acercó cauteloso y preguntó:
-¿Qué se les ofrece?
- Somos de las corporaciones policiacas y tenemos una denuncia en contra suya, haga favor de acompañarnos. Le señalaron.

Nacho se regresó al interior del cuarto para tomar su cartera y salió, desde afuera me dijo que pronto regresaba.
Efectivamente pronto regresó pero con 500 dólares menos. Cuando ya estuvo en el cuarto me dijo:

- ¡Estos cabrones lo que quieren es lana!, y así son las cosas, -Pensé- para mañana los que van a querer dinero son los del otro lado.
Nacho me llevó a una casa en la había unas doce personas, todas de ellas animosas y optimistas, cuando Nacho preguntó:

­-¿Todo bien?
Le respondieron que todo estaba listo excepto porque aún esperaban a la última persona, que estaba por llegar
Nacho, visiblemente molesto les sermoneó:
- ¡Desde ayer ya debíamos estar en camino!, ¡por su culpa me bajaron 500 dólares y me dieron un paseo a las de a huevo!, ¡si para el momento del cruce no ha llegado, ya se fregó!, ¡Que la lleve su chingada madre!

Dicho lo anterior nos salimos de prisa, teníamos que ir de regreso a Tapachula a esperar que el guía hiciera lo suyo, no de gratis se le pagaban 20 dólares por cada pollo que ponía en el clavo, es decir en la casa de seguridad desde donde prepararíamos todo para evadir el primer puesto de control de migración en territorio mexicano.


Llegamos nuevamente a Tapachula por la tarde, nos dirigimos al Hotel las Posadas, para bañarnos y salir a comer, conocer un poco la ciudad y descansar. Al día siguiente muy temprano Nacho me dijo:

¿Tu que crees? ¿Llegó o no llegó el último pollo?
Le contesté que no, nomás por darle la contra, siempre he creído que la codicia rompe el saco y que mejor era no resistir al destino. Si no llegaba alguna razón habría. Después de tener una docena de pollos uno más o uno menos no iba a ser la diferencia. Salimos del hotel bien desayunados y abordamos un taxi
Nacho estaba muy contento, porque sentía que ya era hora de enderezar el rumbo y empezar a trabajar sin incidencias, pero yo le decía que esos eran los riesgos del trabajo, que como chingados quería andar entre la lumbre y no quemarse. El taxista nos escuchaba muy atento y de vez cuando nos dirigía una mirada escudriñadora por el espejo retrovisor, cuando llegamos a nuestro destino Nacho preguntó que cuanto era y pagó. El taxi se alejó muy despacito.
Tocamos en la casa de Doña Pachita. Después de esperar por unos minutos se escucharon unos pasos menudos acercándose a la puerta.

-¿Quién es?
Preguntó una voz apagada.
¡Soy yo Doña Pachita!, gritó Nacho.
- Es que está medio sorda, me comentó sonriendo.
Cuando la puerta se abrió nos recibió una ancianita de pelo blanco y chal negro enredado en la joroba.
Nos dijo: pasen muchachos los estabamos esperando.
Nos fuimos hasta el fondo de la casa. A medida que nos aproximábamos se dejaba escuchar una melodía cada vez más fuerte.
Atiné a decirle a mi amigo:
- ¡Parece que tenemos kermesse!
Cuando nos asomamos al cuarto, un grupo de personas se encontraban haciendo círculo aplaudiendo y moviéndose al ritmo de una canción muy popular.
No quisimos interferir con el espectáculo así que nos acercamos muy despacio para ver que era lo que los tenía tan prendidos.
Miré sobre los hombros de la concurrencia y entonces, se fue revelando la figura de una mujer de cabello ensortijado de un color negro profundo y una tez blanca como la leche, estaba concentrada bailando con los labios y los ojos entrecerrados, derramando voluptuosidad e hipnotizando a todos los presentes. Ninguno de los dos quisimos romper el momento con asuntos tan sórdidos como los que no habían llevado hasta allí. Así que fue hasta que hubo terminado sus evoluciones que hicimos notar nuestra presencia. Para ese momento ya hasta se nos había olvidado que era lo que íbamos a tratar así que Nacho solo dijo:
¡Que bien que ya estamos completos… con permiso!
Y se salió. Yo lo seguí hasta el patio y lo encontré debajo de un limonero
Estaba muy pensativo.
-¿Viste que cuero de mujer? me dijo
-¡claro buey! pues si no estoy ciego. Contesté.

Cuando salimos de la casa íbamos tan apendejados que no nos dimos cuenta de un tipo que trepado en una camioneta Blazer nos miraba detrás de unos lentes oscuros muy interesado. Cuando cruzamos la calle él se adelantó y nos cerró el paso, se descubrió la cintura para dejarnos ver una pistola y nos advirtió con una media sonrisa:

- Tranquilos muchachos. ¿A ver, que negocios los traen por acá?,

Nacho y yo nos miramos como diciendo:
¿En la madre y ahora que hacemos?
- Soy judicial- nos señaló, y ahora vamos a dar una vueltecita.
Sin dejar de vernos, nos indicó que camináramos hacia la camioneta y al llegar nos abrió la puerta del lado del pasajero y nos hizo pasar hasta el asiento posterior, se subió por el otro lado y puso el vehículo en marcha.

-¿Quién es el jefe? Preguntó a bocajarro.
Nacho muy seguro respondió
- Es él.
Ah chingaos, ¿A que hora me ascendió? pensé mientras que le buscaba la mirada.
El me hizo una seña de que todo estaba bajo control y que no me apurara. Era una situación muy incómoda, porque a la sazón yo no había cometido ningún delito y estaba tan libre de culpa como el que más, sin embargo, Nacho que era un cuete muy tronado no quería salir perjudicado y lo mejor sería negociar la mordida, con el riesgo de que ya entrados en aclaraciones me acusaran de complicidad. De cualquier forma jefe o chalán nada libró a Nacho de desembolsar otros doscientos dólares. En cuanto desembolsamos el tipo nos trató con tanta cortesía que casi nos sentimos entre familia.

Nacho, después del trago amargo, recuperó su buen humor y me dijo:

-¿Sabes que es la primera vez que pago mordida por otro güey? No le dije nada solo apreté los dientes y me dije para mis adentros: otra de éstas y me regreso a San Diego.

A la mañana siguiente ya estabamos haciendo planes, Nacho había comprado una camioneta chevrolet modelo 89 para realizar sus maniobras, solo que había un pequeño detalle, no sabía manejar; o al menos eso me dijo, cuando me propuso que el chofer fuera yo. Consciente de todo lo que pondría en riesgo le dije que en eso no habíamos quedado, que yo lo acompañaba a dónde quisiera siempre y cuando no me fuera a dejar a la buena de Dios. Yo estaba resuelto a no participar ni involucrarme directamente con sus negocios pues hasta el momento no se había mencionado nada de “cash money”, y como sabrán si no había billete de por medio tampoco había compromiso. Así que las cosas se quedaron en ciernes hasta que me dijo:

-¿Sabes qué…? esos quinientos dólares que me bajaron creo que van a ser mi mejor inversión. ¿Viste a la pollita? -Te propongo algo,- me dijo en tono confidencial como si en ese preciso instante se le hiciera la luz.
- De aquí a San Diego hay como tres semanas de camino y podemos organizarnos para que no las pases “solito”, yo te doy chance de que te ligues a la pollita y tú me ayudas en lo que se vaya necesitando…

No le respondí, ni un sí ni un no, porque consciente de que muchas cosas podían pasar de aquí a entonces decidí dejar todo envuelto en una nube de ambigüedad para que si las cosas se torcían yo tuviera un resquicio por el cual salir bien librado; además consideré que el no tenía mucho que ofrecerme porque en asuntos de mujeres no hay nada escrito y además dependería de lo que pudiera y quisiera hacer. Si la cosa era atascarme, por lo menos que hubiera lodo en abundancia

Por la tarde acercamos la Camioneta a la parte posterior de la casa de Doña Pachita y acomodamos a los doce cristianos, les echamos hojas de plátano encima para que no se vieran y nos dispusimos a partir. Doña Pachita se acercó hasta nosotros y nos dijo:

-¡Cuídense mucho mijitos, voy a rezar todas la noches por ustedes!

Nacho le dio un abrazo y le pagó 130 dólares, que la viejita tomó con agrado, los enrolló, hizo la señal de la cruz con ellos y lo bendijo; después los refundió en alguna parte de su marchito pecho.
Ya estaba yo al frente de volante cuando llegó Nacho tomando del brazo a la joven que faltaba, le ayudó a subir y solo me dijo:

- ¡Ahí te encargo! Y me volteó a ver cerrándome un ojo

Yo nada más pude decir -¡Hola..! ¿Cómo estás..? La chica me miró y me regaló una hermosa sonrisa.
Encendí la camioneta y nos pusimos en marcha.
Me sentí raro, para empezar una cosa era manejar en los Estados Unidos, en freeways de tres o más carriles, junto a miles de autos que te brindaban la seguridad del anonimato, y otra muy diferente transitar por carreteras en las que un automóvil era todo un acontecimiento, además una cosa era hacerlo por dinero y otra muy distinta por amor al arte; ¡para colmo! ir conduciendo al lado de una mujer tan atractiva me quitaba concentración y me provocaba un mal humor endemoniado. De estos lances se podía desencadenar mi desgracia. Lo sabía y sin embargo tampoco lo podía remediar. Siempre he dicho y lo sostengo mi filosofía de vida tiene que ver con la rentabilidad, y no sólo en términos económicos porque aún en el peor de los escenarios es mejor caer en una prisión federal de los Estados Unidos, donde al término de tu sentencia puedes salir en gran forma física, con licencia de conducir y diploma de educación básica; a estar refundido en las cárceles mexicanas en las que se trapea con tu dignidad, si es que te queda alguna. Es por ello que en términos de rentabilidad caer en esas circunstancias en desgracia era una fatalidad que no tenía ningún ángulo rescatable.

Un sabor amargo se iba apoderando de mi boca, la tensión comenzaba a engarrotarme las manos, mi mirada era huidiza y escrutadora; quería descubrir cualquier peligro antes de que fuera demasiado tarde.

Entonces sentí su cercanía, desde el contorno de su hombro hasta la rodilla, un calor que me reconfortaba y que fue afianzando la certidumbre de que pasara lo que pasara, nada de ello podría ser malo. Entonces por primera vez la miré a los ojos y toda mi desazón desapareció. Atiné a preguntar:

-¿Cómo te llamas?
Nulbia me respondió, con una voz queda y apacible.

Habíamos decidido que en un punto cercano a la revisión los pollos se bajarían y serían guiados por Nacho para eludir el puesto de revisión y nos reencontraríamos más adelante en un sitio seguro. Así, aconteció, solo quedamos a bordo de la camioneta la chica y yo. A partir de ese momento el único problema sería que en un rato de mala suerte te toparas con alguna patrulla, o retén militar; pero como siempre he pensado, uno debe de hacer lo que debe de hacer, lo demás es cosa del destino, y una vez que inicias la marcha el engranaje de la suerte también inicia la suya.

Llegamos al sitio acordado y ya nada más era cuestión de esperar a que Nacho hiciera su labor. Decidí esconder la camioneta y bajar a buscar un sitio cómodo para descansar. Le dije que podía hacer lo que quisiera, ya fuera permanecer en el vehículo o acompañarme. Decidió quedarse. Me encaminé hacia un árbol frondoso que prometía aliviarme del bochorno del mediodía, me acosté y puse mi cachucha sobre mi cara. Comencé a repasar mentalmente todo lo que había sucedido, instintivamente sacudí la cabeza como para espantar un mal presentimiento. He creído que cuando la sensación de que ya la tienes hecha te atrapa el destino se apersona y te cambia la suerte. Como quien dice del plato a la boca se cae la sopa. Decidí no pensar en el futuro ni invocar ninguna amenaza por miedo a convertirla en realidad, mi mente empezó a divagar y de pronto, con una gran nitidez apareció ella, dibujada en mi imaginación como una estampa de deliciosa ensoñación haciéndome olvidar dónde y qué estaba haciendo. Fue en ese preciso momento en el que las ideas se disparan y se rompen los hilos que te mantienen atado a la realidad que sentí la misma calidez pegada a todo lo largo de mi costado y sólo por un instante, en el que sueño y realidad fueron equivalentes, no pude discernir que era qué. En medio de mi sopor escuché que una voz nos llamaba. Me levanté como impulsado por un resorte aún abrumado por la sensación de estar soñando, cuando miré hacia dónde me encontraba, ahí estaba ella, dormitando con aquel gesto que yo ya conocía.

Nacho llegó presuroso, chorreando gotas de sudor entonces le dije:

¡Órale mi cabrón! ya ve que no es lo mismo mamar que ser mamado.
El soltó una carcajada y me preguntó:
-¿Qué lo dices por alguna cercana experiencia? Entonces volteó hacia donde se encontraba la chica. Capté su mirada picaresca, me sentí incómodo y me sonrojé. A partir de ese momento ya me había jodido, ya no tendría tranquilidad. Mi humor estaría irremediablemente ligado a la risa, a la tristeza, al enojo de unos ojos negros y una boca sensual.

Subimos todos a la camioneta en medio de una algarabía que me incomodaba. La chica se colocó en medio, yo conduciendo y Nacho en el asiento del pasajero, salimos del escondite y tomamos el camino pavimentado, si todo salía como hasta ese momento en unas cuantas horas más estaríamos en la ciudad de Oaxaca, cómodamente instalados en la pensión que nos aguardaba, quizá me buscaría un buen hotel y dejaría que la tensión se diluyera con un buen baño y una deliciosa comida. La mayor parte del camino permanecí callado conduciendo tranquilamente, queriendo dar la impresión de que éramos un grupo de trabajadores agrícolas que se dirigían a sus labores habituales. La chica ocasionalmente tocaba mi codo, mi pierna, el vaivén del vehículo me permitía sentirla próxima, cálida, turgente. Nacho se dio cuenta el cambio operado en mí y sobre nosotros cayó un ambiente de gravedad que contrastaba notablemente con la relación que hasta ese momento habíamos llevado.
Cuando llegamos a la pensión, en la ciudad de Oaxaca, nos salió a recibir el encargado, un tipo de corta estatura y sobrada simpatía que le decían el Pimpón, se alegró tanto de vernos que a Nacho no sólo le dio un gran abrazo, sino que deslizando su mano le dio unas palmaditas en dónde termina la espalda. Nacho regocijado de haber superado los primeros obstáculos del camino le dijo:

- ¡Para eso son! ¡Pero se piden!

Los muchachos fueron bajando uno a uno de la camioneta y fueron conducidos a las habitaciones que habrían de ocupar, al final quedamos la chica y yo. Entonces decidí que lo mejor era distanciarme un poco, tomar las cosas con calma y regresarme a San Diego. Hasta el momento Nacho no me había hablado claro, estaba asumiendo riesgos que no tenían su correspondiente compensación. Le comenté que hasta ahí llegaba mi labor y que para experiencias ya había tenido bastante.

Ella ignorando olímpicamente mi comentario me dijo:

-¿Sabes? necesito comprar algunas cosas… Con la rapidez que me vine no pude traer nada. ¿Podrías llevarme?
¡Lo dicho!, ya estaba jodido, Me hubiera gustado poder decir no, hacer mi maleta y huir para San Diego, sabía que de ahí no podía resultar nada bueno. La mezcla de placer y trabajo en condiciones límite no produce sino desgracias y más tratándose de una mujer que es el elemento más corrosivo que conozco en eso de minar lealtades y torcer compromisos. Pero ya había comprado boleto desde el mismo instante en que la soñé, porque, como ustedes ya sabrán, lo más cercano a el ideal amoroso se encuentra en los sueños, fuera de ahí, lo instintivo y a veces hasta lo grotesco es guía de nuestras más bajas pasiones. Así que no tuve más remedio que decirle que sí, que iríamos en el momento que ella dispusiera.
Fuimos al centro de la ciudad y anduvimos deambulando entre las calles atestadas de gente, sin que yo entendiera que clase de artículos pudiera necesitar. Por fin descubrió una tienda que al parecer tenía lo que tanto buscaba.
- ¿Me acompañas? Me preguntó
- Está bien le respondí. Ella se perdió entre los estantes y después de un tiempo que me pareció excesivo apareció con una prenda entre sus manos. La extendió ante mis ojos y preguntó.
-¿Te gusta?
Como no habría de gustarme era un precioso neglillé negro, breve a más no poder y translúcido como el aire.
- ¡Me encanta! Respondí.
Nos encaminamos hacia la caja, pagué y salimos rumbo a la camioneta. Abordo me armé de valor y le pregunté

¿Qué quieres conmigo?
La pregunta era demasiado directa. Pero yo ya no tenía alternativa. Me comenzaba a sentir en desventaja, se habían mudado de sitio mis prioridades, se había modificado la brújula interior que marcaba como norte mi propio beneficio acercándose peligrosamente a los dominios del corazón.
Desde el principio quedé desprotegido y vulnerable, quizá por no haber llevado la óptica de la ganancia. Los márgenes de maniobra en esas circunstancias se habían reducido.

-Lo que tú quieras- respondió, cargando la mirada de muchas intenciones
Tomé el volante y comencé a manejar. Me detuve en un motel denominado el Olimpo. Bajamos, me registré, nos encaminamos al cuarto número 17. Al llegar me aventé sobre la cama, ella se dirigió al baño. Se comenzó a escuchar el agua cayendo de la regadera y Nulbia comenzó a entonar una canción. Su voz era melodiosa y era un gusto escucharla cantar, Recordé que alguien me había dicho que las personas que cantan en la regadera son felices. Me deleité con su interpretación y cuando terminó aproveché para hacer una llamada. Contando ese día eran cinco que había salido de mi casa. Levanté el auricular y me contestó la recepción. Solicité línea para hacer una llamada de larga distancia internacional. Me contestó Charlois, su voz me sonó distinta, pensé que se debía a la distancia y a la baja calidad de la señal.
¿Que ondas y profundas, Charlois? ¿Cómo están por allá? No contestó a mis preguntas sólo me dijo:
- ¿Sabes qué?, que bueno que llamas, ponte trucha con lo que dices porque hay pájaros en el alambre…
(Me decía que el teléfono estaba intervenido)
- Agarraron al Mono anteayer y es mejor que te vengas. Las cosas están calientes y tenemos que decidir lo que vamos a hacer.
No me dio tiempo de decir ni pío, colgó y me dejó sumido en un torbellino de sensaciones. ¡Lo dicho! En este negocio nunca sabes el terreno que pisas.
Cuando la chica salió del baño, ya sabía lo que pasaba

- Malas noticias ¿Verdad?
Sí, agarraron a uno de mis socios. Le dije
- Las cosas se pueden venir difíciles. Es necesario que vaya. Tenemos que decidir que es lo que vamos a hacer…
En ese momento no había tiempo para filosofías baratas. Urgía una pronta evaluación de los alcances de ese incidente. Me imaginaba por dónde podría venir y era cuestión de averiguarlo. Teníamos los contactos, y dependiendo del rumbo que tomara el proceso en contra del Mono sabríamos a que atenernos... Por lo pronto había que pagarle al Míster Brown una corta feria para que empezara a hacer sus pesquisas.
En eso estaba cavilando cuando la chica me volvió a preguntar
¿Y lo nuestro?
Momento; - pensé yo- lo nuestro no existe todavía y más vale que aquí no pase nada. Si las cosas se ponen difíciles lo que menos quiero es más complicaciones. No me siento en condiciones de lidiar con tantos frentes a la vez. Además el destino o la suerte se están manifestando de nuevo y no voy a contravenir sus señales.
Por eso preferí decirle que lo nuestro podía esperar un poco, que lo mejor era que ella estaba en camino y que cuando estuviera cerca de la frontera yo personalmente la recogería etc. etc.
En ese momento sentí reencontrarme conmigo mismo, regresar a las coordenadas básicas que definían mi accionar. Las crisis hacían revivir nuevamente mi espíritu guerrero. Ante ello, los caprichos o las trampas del amor eran un lujo que debía esperar para mejores tiempos.
Eso pensé y quizá más tarde lo lamentaría.

Llegué al aeropuerto de Tijuana ese mismo día por la noche, tomé un taxi que me llevó directamente a la línea fronteriza la crucé y abordé el trolley. Me bajé en la avenida Palomar y de allí directamente a casita en el 3050 de la Main street. Charlois, la Manzana podrida, Benny, Chicho, Don Nick Todos los que no estaban en la cárcel estaban en casa, pensativos aún por lo que había pasado.
Cuando llegué me recibieron con un gusto un tanto apagado.
¿Qué pasó?
Fue lo primero que pregunté.
- No sabemos de bien a bien, el Mono únicamente se ha comunicado dos veces y nada más ha dicho que estemos alerta.
Charlois se incorporó del sillón en el que estaba recostado y se encaminó hacia la ventana, apartó la cortina y dijo:
- Puedes mirar, en aquel claro - me señaló- hay un auto. Ha estado ahí desde la aprehensión del Mono, suponemos que es un agente y que están cubriendo nuestros movimientos.
-¿Contactaron a Míster Brown?…
- Lo hemos intentado; pero no hemos podido. Su esposa nos dijo que no está en la ciudad.
Míster Brown, o Pancho Pérez que eran la misma cosa era un cabrón de nuestro rancho que había hecho carrera como soplón de la policía y que a la sazón tenía el cargo de investigador en asuntos migratorios para el condado de San Diego. En aquel tiempo nos traía fritos con el mentado expediente denominado “Los charros” que era ni nada más ni nada menos que miles de horas de investigación con cargo a las agencias federales y que había acumulado cientos de hojas de información pero ningún detenido. Era el petate del muerto que salía a colación siempre que necesitaba dinero. Se trataba de investigaciones que se hacían siguiendo el hilo conductor de las bandas regionales que se integraban por afinidad, por parentesco, o ya de plano por ser del mismo rancho. Así el expediente de los Charros gravitó sobre nuestras cabezas durante mucho tiempo y nadie supo de él más que por boca de Míster Brown quien era un tipo que vendía información a quienes como nosotros estabamos precisados de ella y a la vez hacia caer en desgracia a quienes estaban fuera de su manto protector anotándose sus buenos puntos ante las autoridades migratorias. Negocio redondo con ganancias por todas partes. Era muy difícil saber cuan grave era el problema. Lo más importante era determinar si la detención era producto de una investigación, de un rato de mala suerte o de un infame dedazo.
El teléfono sonó y me levanté a contestarlo
¿ Hello?
- ¿Que pasó mi cabrón?, - dijeron al otro lado de la línea
- ¿Como estuvieron sus vacaciones?
Era el Mono, le reconocí de inmediato la voz
-No como las que te esperan… – Contesté.
Fui demasiado sarcástico y de inmediato sentí como le bajé la moral a mi querido Monito.
- No se apure- le dije, (porque de alguna manera había que consolarlo), vamos a ver que hacemos para sacarlo del hoyo. Nomás no se me achicopale... Quería, a pesar de todo, sonar convincente.
Por lo pronto, - continué diciendo - hay que contactarle a su abogada para que vaya estudiando el caso y ya sobre la marcha vemos que es lo que se puede hacer.
¿Dónde estás? Pregunté.-
- Aquí en San Diego, en el M.C.C. (metropolitan correctional center)
- Está bien, por lo menos quedaste cerquita. Mañana voy a visitarte para que me platiques como estuvo la cosa…
Colgué lentamente el teléfono, se iniciaba una larga y desgastante batalla. Me dolía saberlo jodido, pero también sabía que tanto va el cántaro al agua hasta que revienta. Lo rescatable era que mi cántaro todavía no tenía ni un rasguño. Tomé nuevamente el teléfono y marqué, me contesto doña Cuquita, compañera de toda la vida, y fiel y amantísima esposa, del mencionado Pancho. Fiel no obstante los recurrentes devaneos de su esposo.
-¿Está mister Brown?, pregunté, haciendo uso de los títulos formales para no dar pié a confianzas fuera de lugar, - Un momento por favor, me respondieron. A través de la bocina se escuchaba el sonido del televisor, después de un rato, alguien tomó el teléfono y carraspeó para aclararse la voz.¿ Aló?- Dijo-
Soy yo, -contesté.- Me urge platicar contigo, te veo en media hora en el “Palomino Star”. Él sabía que la cosa era delicada, sino no le hubiera llamado a su casa y tampoco le hubiera casi ordenado que nos entrevistáramos. - Está bien allí nos vemos. - Dijo y colgó.


Al día siguiente me alisté para cumplir con el sagrado deber de visitar a los caídos, íbamos a platicar largo y tendido, para saber a qué atenernos.

El freeway 5 es una maravilla, es el camino que atraviesa al imperio. Lo tomé a la altura de la calle Main en Chulavista y me dirigí hacia el norte. San Diego es una chingonería pensé; tiene mar, tiene montaña, tiene desierto, y tiene a México. ¡Sí! es verdad a tan sólo quince millas al sur está Tijuana, con sus calles rebosantes de colorido y estruendo, el lugar dónde todo o casi todo es permisible. Es a este paraíso de libertad a donde se encaminan diariamente miles de gringos, que se atreven a tocar los bordes de una nación que se troca en callejones oscuros que solo pueden transitarse desde la seguridad del grupo: eficiente escudo contra los malvivientes que pululan alrededor de la calle Revolución. Es al norte de la “Revo” dónde verdaderamente comienza a condensarse el sueño de estar en el otro lado, es la “Cahuila” la antesala del inframundo y el peldaño inexcusable para el gran salto. Es el “brinco” un viacrucis, que pone a prueba la firmeza y determinación del migrante, la prueba que califica a los más aptos.
Mi pensamiento regresó a la carretera cuando un gran letrero anunciaba mi destino: state street 1 mile; abandono el carril de alta velocidad y me aproximo a la salida. Llego a el semáforo en verde y doblo a la izquierda, cruzo sobre el puente, de allí es ya nada llegar hasta el centro y doblar nuevamente a la izquierda. Es jueves, día de visita, el estacionamiento está muy disputado. Dejo mi jeep a tres cuadras del edificio federal y me encamino hacia la recepción. A mi paso una fila de personas entre las que destacan las mujeres hermosas esperan que les llamen. Los narcos las escogen bien –me digo para mis adentros -. Llego al mostrador y entrego mis identificaciones, me indican que tome mi lugar en la fila y espere a ser llamado. La fila se va haciendo corta y pasan mucho tiempo antes de que mencionen mi nombre. Me hacen pasar a un vestíbulo, en el que me marcan la mano izquierda con una tinta especial, visible sólo bajo la luz ultravioleta. Me dan el paso, acceso hasta el elevador y un guardia de color me acompaña hasta el octavo piso.
Es curioso, - reflexiono- pero a los negros les encanta ser celadores, quizá como una manera de seguir anclados a la esclavitud, solo que ahora son ellos los encargados de mantenerte confinado, aunque es una mera ilusión, igual pasan diez horas encerrados contigo. La puerta se abre y da paso a una pequeña habitación con una mesa, varias sillas y dos cámaras de vigilancia. La espera es breve, otra puerta se abre y aparece el Monín, escoltado por otro celador. Miro a través del resquicio que queda abierto y alcanzo a distinguir un amplio salón con una mesa de billar y una televisión.

El Monín no oculta su alegría, me incorporo y lo recibo con un fuerte abrazo, sin poder disimular la emoción que me embarga. Viste un overall de color naranja. Nos sentamos junto a una de las ventanas. Le señalo que desde ahí se divisa mi jeep, el “yellow one”, parece un juguete, con sus grandes llantas y ese color tan especial que hace el no mirarlo casi imposible.

-¿Que pasó?
- Me agarraron en Pala. Comenzó a decir
- Ya lo sé - Le respondí- acabo de estar con Míster Brown, y me dijo que ya tuvo acceso al reporte del oficial que te aprehendió y en él se menciona que te vio por casualidad, pues en el trayecto a su trabajo, según su versión, te miró en una gasolinera cargando combustible y te reconoció por que ya te había detenido en una ocasión, así que decidió seguirte para ver que chingados andabas haciendo. Menciona que te vio cuando bajaste al pollo de tu carro y se lo entregaste al Chiquillo para que se lo llevara, después los siguió por el freeway 15 hacia el norte, hasta Escondido que fue dónde te le perdiste. El agente dio parte a la garita de Temécula para que detuvieran la camioneta del Chiquillo y a ti te encontró de pura chingadera, en Pala cuando por pendejo te detuviste a orinar. Todo eso lo dice. También menciona que no te resististe y que de inmediato te declaraste culpable. El Monín me miraba con una cara desolada, esperaba que le llevara buenas noticias y no que le sacara sus trapitos al sol.
-¡Pero si tú mismo me dijiste que cuando me agarraran no la hiciera de pedo!, me dijo en un tono un tanto quejoso, así que para aclarar las cosas y seguir en un plano cordial, le dije:
- una cosa es que aceptes que estás perdido y otra muy diferente que te bajes los pantalones. ¿Que no te leyeron tus derechos? ¿No recuerdas esa parte que dice que todo lo que digas puede ser usado en tu contra y que tienes el derecho a permanecer callado? ,
- Pues sí - me respondió -, pero me lo dijeron en inglés… Okey, (está bien) le dije, por lo menos puedes alegar que no le entendiste. De cualquier forma, voy a contactar a tu abogada para que empiece a trabajar en tu caso.
-A como veo las cosas... Continué diciendo, lo que debemos hacer es negociar con la fiscalía una pena no tan colgada, basándonos en el hecho de que no tenían una orden de aprehensión contra ti. ¿Y sabes qué? siempre que hay un dedazo los pinches investigadores se la sacan de la manga, y como no pueden ir con sus jefes diciendo que su tarea se la realizan las bandas rivales, ni se pueden quedar calentándose las nalgas en las oficinas esperando que les llamen para darles pitazos, sacan esas mamadas de los encuentros accidentales. Y a como veo las cosas, pudo haber sido mucho peor. Nada más imagínate que hubieran llegado a la casa cuando estuviera repleta de pollos. ¡A todos nos carga la chingada!…
Si el pedo no venía del lado de los charros lo sabríamos en el momento en que le cayera la Julia a don Charvín.
-Por lo pronto estamos de gane, mi Monín… Esa detención ha sido ilegal. En lo que respecta al Chiquillo se la va a tener que jugar solito. Por lo pronto ya tenemos con que negociar. Me quedé pensando tratando de entender cuales eran las implicaciones y armar una estrategia en consecuencia. El más grande obstáculo que habríamos de sortear era que el pinche Monito se había bajado los pantalones y desembuchado la neta. Por otro lado su antecedente lo ponían en una mala situación. El tiempo se había agotado. Entró el guardia y le indicó al Monín que se levantara, nos dimos un fuerte abrazo y nos despedimos. Le dije que no se preocupara que todo saldría bien, que no dejara de llamar por teléfono. Bajé por el ascensor. Afuera comenzaba a oscurecer, me dirigí hacia mi vehículo y desde allí hice una señal de despedida. Desde alguna de las ventanas, de ese inmenso edificio, el Monín me estaba mirando. Lo sabía.
Hice el camino de regreso, sabiendo que habría de recorrerlo en muchas ocasiones más, y que era necesario decidir el futuro inmediato.
Llegué a casa con los ánimos por los suelos y expuse la situación. No había muchas alternativas, así que unas vacaciones forzadas no nos vendrían mal, era la táctica adoptada en tales circunstancias. Las opciones eran claras: seguir trabajando con la gente de Don Charvín con el riesgo de que sí esa línea de trabajo estaba segura podríamos acarrearle problemas o; como la prudencia aconsejaba, hacerse ojo de hormiga hasta que la tormenta amainara. Por lo pronto tenía que quedarme a apoyar al Monín con el objetivo inmediato de sobrevivir a cualquier costa hasta verlo transponer las rejas. Don Nick, tenía nada más una duda ¿Quién le iba a pagar lo que se le adeudaba de brincos y levantones? Ahí tuve que explicarle que lo que el Mono instruyera eso era lo que se iba a hacer, que yo era como su brazo derecho y que dadas las circunstancias, se procedería a organizar todo de la mejor manera. En ese momento no me pareció que algo se fuera a salir de lugar a no ser que el Mono aprovechando lo revuelto del río decidiera desconocer lo que entre ellos habían acordado. Si en ese momento hubiera podido ver el futuro me hubiera deshecho de una deuda moral de más de cinco mil dólares que me perseguiría con notable obstinación durante el curso de los siguientes diez años. A Don Nick no le gustó la respuesta pero no tenía de otra. Tenía que confiar en el Mono, si eso fuera posible.

Benny tenía rato intentando pegarle a otro negocio. Una de sus múltiples conquistas lo animaba para que se asociaran. Sin duda sería su próximo movimiento, así que cuando le tocó manifestar su decisión nada más dijo que por lo pronto iba a tomarse un buen descanso y ya después vería lo que haría. Chicho y Don Nick decidieron regresar con sus familias en México y la Manzana Podrida me pidió de favor que le prestara mi jeep para llevarse un arco y una escopeta a su rancho. Le pregunté que si llevaba algo más para su familia, y me contestó que no, que su esposa ganaba 14 mil pesos por quincena, y que ni calzones le llevaba, porque cuando llegaba le estorbaban para darle la bienvenida. Así que después de la plática que sostuvimos sólo Charlois, decidió quedarse hasta lo último.
Ese día por la tarde me comuniqué con Micaela, la abogada que en más de una ocasión había llevado la defensa de los miembros del clan caídos en desgracia. No sé que le gustaba más si el trato con vaquetones como nosotros, o los billetes verdes, libres de impuestos que se echaba a la bolsa con nuestros infortunios.
Acordamos vernos en El Burguer King de la calle tercera y Palomar en Chulavista. Llegó puntual a la cita, su Mercedes Benz color mostaza, le sentaba bien al color de su pelo, era una irlandesa que tenía un cierta proximidad con los paisanos, acaso la religión o quizá el afán en común de perseguir los billetes verdes, o el hecho de provenir de una minoría que sufrió las de Caín eran, los factores que nos acercaban. Sea cual fuere la razón esa tarde estabamos frente a frente. Micaela se mostró presurosa en concluir el convenio Así que sacó un contrato de su portafolios y nos lo dic para que, Charlois y un servidor, lo leyéramos y firmáramos de conformidad. En él se estipulaban infinidad de cosas de las cuales dos eran las que a ella y a nosotros nos interesaban. La primera: que se comprometía a defender al Monín con lo mejor que tuviera y la segunda; que nosotros nos obligábamos a pagarle a cambio de ello cuatro mil quinientos dólares. Por lo apresurado del convenio olvidó poner que la suma sólo amparaba lo que durara el proceso, excluyendo cualquier apelación. Se percató de ello y sintiendo que las cosas se estaban cargando a nuestro favor sacó una pluma y de su puño y letra salió de manera express la corrección pertinente. Lo leímos nuevamente y pareció estar complacida así que lo firmé y de entre mis ropas extraje la cantidad. Era un fajo de dinero que le encendió la mirada, pude ver la ansiedad para contarlos pero se reprimió, les dio vuelta y los observó de cerca y por todos lados, con un aire de recelo les pasó los dedos para comprobar su autenticidad y finalmente ante lo público del sitio se decidió a guardarlos en su bolsa de mano. ¡Sin contarlos! Nos levantamos los tres y nos despedimos. Por último desde el auto y casi a gritos nos comunicó:
-¡El señor Joe Piña, mi auxiliar, estará en contacto con ustedes siempre que lo necesiten! Sin duda llevaba prisa. El mercedes mostaza, retrocedió, viró hacia la derecha y arrancó alejándose majestuosamente sobre la avenida Palomar en dirección al freeway 5.
- Le urge contar el dinero- dijo Charlín que se había dado cuenta de todo.

Estaba esa mañana trabajando como de costumbre desde que se inicio la debacle, confeccionando unos sanwiches cuando se acercó Junior y me dijo

- ¡Hey man you got a phone call!, Le di las gracias y me encaminé hacia la pequeña oficina situada en la trastienda.

¡ Hello! ¿May I help you? Dije. Al otro lado de la línea una risa burlesca me hizo sospechar que se trataba de una broma. Me enojé y dije ¿Quien jijos de la chingada es?
Era Nacho, y lo primero que me dijo fue: - Adivina quién está junto a mí y quiere hablarte….
No era necesario ser psíquico para saberlo, era Nulbia y yo también quería saber de ella. No había tenido mucho tiempo para pensarla, la velocidad de los eventos la habían dejado relegada a un pequeño rincón de mis pensamientos y sin embargo la sentía como un nudo inmenso en mi corazón que era indispensable enfrentar con toda mi lucidez y vitalidad.

Un breve silencio se hizo. Estaba cargado de sentimientos. Las primeras palabras apenas salieron balbuceantes.
-¿Cómo estás? Pude decir
- bien. ¿Y tú? me contestó.
- Más o menos, ¿Para cuando están por acá? Dije
- Pronto, ya estamos cerca de la frontera. Precisamente Nacho quiere hablar contigo de eso.
Hubiera querido decirle muchas cosas, retomar el último momento en el que estuvimos juntos y darle continuidad a nuestra historia, pero no pude, el tiempo, las circunstancias, otra vez las malditas circunstancias estaban presentes, cortando los hilos de nuestros destinos para no dejar que se entrelazaran nuevamente. Estabamos divididos por una frontera. Intuía que las cosas que habían pasado nos distanciaban aún más.
- Pásamelo, te cuidas, un beso. Adiós.
- Adiós- me contestó y se hizo un silencio, sentí que algo más se debía hablar. Ojalá un día fuera posible hacerlo
-¿Que ondas mi Nacho, como te encuentras?
- No tan bien como tú pero ahí la llevo.
- ¿Donde están?
- En sonora, pronto vamos a cruzar la garita de San Luis Río Colorado
- Como quien dice ya chingaron. Aseguré
- Ni creas, las cosas se han puesto muy duras, ya se batalla lo indecible para llegar a la frontera, todos quieren su tajada y los que no, te la ponen peor de difícil. Me ha costado un huevo y la mitad del otro llegar hasta aquí. Vengo bien ciscado, y hasta la madre de torear con tanto pinche policía. ¡Este negocio ya no deja!
- ¡No te hagas el sufrido cabrón!, si bien que tienes tus ahorritos, tu afore para el retiro como tú le llamas.
- Pues sí; pero ya nomás llego a los Ángeles y ahí le paro. Ya quiero tener una vida más reposada, ver crecer a los chamacos…
Cada vez que Nacho se ponía sentimental yo me ponía en guardia, nunca en todo el tiempo que lo traté llamó para saludar o saber como estaba, siempre lo hacía cuando necesitaba algo o cuando te quería pedir dinero prestado, así que estuve dándole largas a la conversación para que por lo menos el favor no le saliera de gratis. Cuando después de un rato Nacho no se habría de capa de plano le dije:
- Ya suéltala Nacho ¿qué se te ofrece?
Esta vez lo agarré fuera de lugar y no tuvo más remedio que confesar sus intenciones.
-¿Sabes? el último atorón está en San Luis, es el único lugar al que le tengo miedo y…
-¡Y qué! quieres que yo te brinque los dos únicos obstáculos, el primero en Chiapas para meterlos a territorio mexicano y el último para sacarlos y en el trayecto ¡tú nomás gozándola mi chingón! Le interrumpí
- Ya sé que estás trabajando… - prosiguió en su tono lastimero- y que atraviesas momentos difíciles, pero ¡deveras!, el último pedo está en San Luis, ¡tú lo sabes! Es más; ahí no vas a hacer nada, solo chequéame, si la garita está funcionando. Había pensado que yo me puedo bajar en el paradero que está antes de la revisión cuando hace escala el autobús y tú nomás me avisas si puedo pasar. Luego tomo el siguiente camión y nos vemos en Tijuana para darte las gracias.
El plan no me pareció tan descabellado y como abrigaba la ilusión de reencontrarme con Nulbia decidí preguntarle ¿Para cuando piensas estar por acá?
En dos o tres días, depende de cuando me envíen más dinero. Estoy varado esperando a que me refaccionen. Voy a necesitar de ir bien pertrechado por lo que se pueda ofrecer.
Está bien, contesté, tú me llamas cuando tengas todo en firme y ahí nos vemos. Iba a colgar cuando el me dijo:
¡Espera!, ¿Sabes qué? Si todo sale bien te espera tu recompensa y colgó.
No me dejó preguntar que tipo de recompensa, pero conociéndolo de tanto tiempo seguro estaba que no habría de ser en metálico.


Los días corrieron de prisa y cuando después de una jornada de trabajo llegué a casa, en sábado por la noche, ya tenía mensaje. Nacho se había comunicado dejando la hora y las coordenadas del lugar en el que quería nos encontráramos. Hice los cálculos necesarios para organizar mi itinerario y me acosté. Tenía que estar descansado para la maniobra. Mi único día de descanso tendría que vérmelas con el chamuco.
Salí desde muy temprano, el viento traía una brisa de playa con un fuerte olor a mar, el rocío se condensaba sobre el parabrisas de la camioneta. Tomé el freeway 805 norte hasta hacer conexión con el 8 este, mi destino sería Caléxico para después cruzar la frontera y bajar hacia el sur hasta San Luis Río Colorado, en lo profundo del territorio mexicano. Llegué a Mexicali todavía oscuro y a San Luis en las primeras horas de la mañana. Aún era muy temprano así que decidí desayunar y dar un paseo por los alrededores. Percibí en la ciudad un aire de desconfianza o era quizá mi estado de ánimo que me hacía sentir observado. Llegado el momento subí a la RAM Charger, con su poderoso motor 440 y su distribuidor Mallory de doble punto, sentí al pisar el acelerador como si una gran confianza se apoderara de mí y pudiera desafiar cualquier trampa del destino. Pasé por la garita y nadie estaba siquiera en las inmediaciones,
- Es mi buena estrella me dije para mis adentros. Seguí devorando millas yendo hacia el sur, sintiendo la adrenalina correr por mi cuerpo y una tensión que hacia los minutos interminables. En el horizonte, un letrero que decía “El Edén restaurant” se fue haciendo visible, disminuí la marcha y giré el volante hacia mi lado izquierdo. Penetré en el estacionamiento lleno de polvo y piedras. Apagué mi vehículo a un costado del edificio y me bajé a buscar a Nacho. Nacho acababa de llegar y se alegró de la sincronía que tuvimos. Me senté en su mesa y le dije que podía pasar sin pendiente, la garita no estaba en funciones. A Nacho se le iluminaron sus ojillos rasgados y en su sonrisa brilló lo blanco de sus dientes Eché una mirada en derredor y pude identificar a cada uno de los miembros de su grupo, mi vista se detuvo cuando descubrí a Nulbia sentada de perfil tomándose un refresco. Ella no quiso voltear a verme y así lo comprendí, en ese momento regresé al motivo fundamental de mi presencia.
-¿Ya están listos?- Le pregunté a Nacho
- Sí. Ya nada más esperamos a que llegue el próximo camión para abordarlo.
Estuvimos un rato platicando y durante todo ese tiempo no dejé de curiosear si Nulbia me miraba. No sabía que sucedía, quizá nuestro momento había pasado y más valía dejarlo de ese tamaño. En ese pensamiento estaba cuando por la puerta principal entró un grupo de gente buscando el mostrador unos, para comprar algo que mitigara su hambre o su sed, otros se dirigieron hacia el baño. En ese momento le dije a Nacho:
- ¡Órale mi Nacho!, es su camión. Échele ganas y buena suerte. Nacho le hizo una seña a los miembros del grupo y se incorporaron y se fueron encaminando hacia el andén. El y Nulbia fueron los últimos en desaparecer por la puerta. Yo estaba, saboreando una rica cerveza, buscando algo en que detener mi pensamiento, algo que no fuera la chica cuando vi que Nacho entraba nuevamente en el restaurant y tras él, toda su comitiva.
-¿Qué pasó? Le pregunté alarmado
Nacho un tanto confundido me dijo:
- ¡El chofer no quiso subirnos, ni siquiera aceptó que le diera mordida!
- ¿Cuánto le ofreciste .- pregunté
- trescientos dólares
- ¿Sabes? Aquí hay bronca, -intuí- si no te los agarró es porque puede hacer mas lana de otra manera...
-¿Cuál crees que sea? Nacho estaba tan apendejado que no podía comprender que nos iban a denunciar y probablemente venderían los pollos a otra banda para llevarlos a su destino y ganarse todo el billete sin haber invertido ni un dólar en el viaje.
Así que les dije,
- ¡súbanse a la troca en chinga porque no tardan en caer los judiciales!…
Salimos por la puerta lateral sur y los fui acomodando lo mejor que pude, apenas terminó de abordar Nacho cuando una camioneta suburban, blanca y con los vidrios polarizados llegó levantando una nube de polvo. Se bajaron dos tipos que entraron apresuradamente al restaurant. Arranqué la camioneta y me dirigí hacia la carretera. Al llegar al asfalto dudé, ¿hacia el norte? ¿Hacia el sur? quizá la sensación de que hacia el sur tenía más camino por recorrer antes que me atraparan me decidió a tomarlo, así que giré el volante a la izquierda y aceleré hasta el fondo. Viajé por espacio de quince millas forzando al límite mi vehículo y en una brecha que se abría apenas detrás de una pequeña colina decidí salirme y ocultar la camioneta entre los arbustos, Después me bajé y me acerqué a la orilla de la carretera. Me apoyé sobre mis brazos, tendido boca abajo para que no me descubrieran y esperé. No pasó mucho tiempo cuando volví a ver a lo lejos a la suburban, que pasó junto a mí como una exhalación. Cuando la vi perderse en el horizonte salí de mi escondite y corriendo me subí a la camioneta. Arranqué nuevamente y al llegar a la cinta asfáltica torcí el volante a mi izquierda para tomar la carretera hacia el norte. Hundí el acelerador hasta el fondo. Tenía que alejarme lo antes posible del área de influencia de esos federales, imaginaba que no darían parte a otras corporaciones porque iban aguijoneados por el afán de agarrarnos para realizar su propio negocio. Manejé como alma que lleva el diablo por espacio de media hora y poco a poco fui bajando la velocidad, calmándome y sintiendo que a cada momento estaba mas seguro. Nacho ya más relajado comenzó a articular palabras. Todavía

no salía de su asombro y no dejaba de repetir la manera en que habíamos escapado.
- ¡Pinche madre apenitas la libramos!; ¡Que suerte tienes cabrón!; ¿pues a que santo te encomiendas?
Yo traía la boca seca y la sed me quemaba la garganta pero seguía concentrado, afianzando el volante con la vista fija en el asfalto. La confianza lentamente me iba invadiendo Atrás dejaba el estrés y sentía por fin un gran alivio. No podía echar las campanas a vuelo, no todavía. Cuando llegué a Mexicali pude por fin convencerme que en esta ocasión la suerte había estado de mi lado.
-¿En donde te tiro? Le pregunté a Nacho.
- En la central de autobuses respondió
Hacia allí me dirigí, entré lentamente en el estacionamiento y procedí a bajar disimuladamente a los pasajeros. La última fue Nulbia, estaba abriendo la puerta cuando Nacho se lo impidió y le dijo:
- Tú te vas con él. – Ella lo miró sorprendida
- Te va a llevar a un hotel en Tijuana dónde podrás estar más cómoda y luego yo los alcanzo.
Nacho me llamó aparte y me dio indicaciones del lugar a dónde debería dirigirme y para finalizar me dio una palmadita en la espalda y me dijo:
- ¡Suerte matador!

El gran Nacho estaba feliz sentía la proximidad de los Estados Unidos de Norteamérica, y con ello los dólares que le causaban una enorme fascinación. Su encomienda estaba a punto de concluir. Ya nada más era cruzar la frontera y ahí terminaba su responsabilidad. Dejaba de ser el guía del grupo. Los riesgos para él a partir de ese momento se reducían a nada, era el momento en el que entrábamos nosotros al relevo. Nacho viajaría a partir de entonces en calidad de pollo y nuestra labor comenzaba al levantarlos (como se le conoce a la maniobra) en las inmediaciones de los tubos del drenaje.
El rumbo de San Ysidro era el sitio predilecto de Nacho para cruzar la frontera. Era todo un espectáculo ver emerger de las profundidades del desagüe una hilera de entacuchados marchando disciplinadamente hacia la troca y luego, inexplicablemente para cualquier posible testigo, verlos desaparecer ante sus ojos devorados por un vehículo que no tenía las dimensiones para contenerlos. Era la magia de la multiplicación de los espacios, la necesidad de pasar desapercibido y de encogerse al máximo biológico permisible para acceder al mundo de las oportunidades. Ya habría tiempo para pavonearse, para mostrar un caminar anchuroso, pero por el momento la consigna era viajar clavado (escondido) y de contrabando. Sí de contrabando, y hasta Los Ángeles el paraíso de todo indocumentado.

Los Hoteles del centro de Tijuana son sórdido albergue para migrantes y prostitutas, hace mucho que vieron sus mejores años, sin embargo son un excelente comienzo para iniciarse en las duras condiciones que prevalecen al intentar cruzar la frontera. Llegamos al hotel “Mandarín” ubicado en la calle tercera y apenas a media cuadra de la Revolución. Estacioné la camioneta y le indiqué a Nulbia que me acompañara. No habíamos hablado durante todo el trayecto y a esas alturas parecía que no tendríamos mucho que decirnos. Me registré en la recepción, pagué y subimos al cuarto
Me dispuse a esperar al Buen Nacho cómodamente instalado, sin embargo cuando me acerqué a encender el televisor, Nulbia me detuvo y me dijo:

- Tenemos que hablar.
Esperaba ese momento, sin haberme atrevido siquiera a imaginarlo. ¿Hablar? ¿De qué? Las cosas habían regresado a su posición original, teníamos tan poco en común y cualquier cosa que nos hubiese acercado no era suficiente para amarrar nada, ni siquiera la promesa de volvernos a ver. El afán de dejar nuestras propias miserias nos había impelido en busca del norte y su cauda de espejismos.
Cuando te encuentras ensimismado en dar fin a tu alocada carrera poco cuestionas la validez de lo que persigues; eso nos pasó y me volvería a pasar una y mil veces. El trafique no es el lugar ideal para amalgamar dos corazones. Eso y más sentía y quería decirlo con el ánimo de que me convencieran de lo contrario. En ese momento no podía poner en juego ningún recurso que me salvara de descubrir mis sentimientos. Lo sabía porque así son las cosas cuando te encuentras enganchado a una mujer. Así que opté por callar y dejar que ella hablara.

- Nacho… –comenzó a decirme, apenas me dejaste en Michoacán insistió en cortejarme y aunque traté de aguantar hasta volver a verte, la esperanza se fue haciendo nada, así que llegó el día en las cosas tuvieron que suceder…
- Él creyó que no te volvería a ver hasta llegar a los Estados Unidos, pero nadie quiso ayudarlo para pasar el último tramo. Así que no tuvo más remedio que hablarte sabiendo que tenías deseos de volverme a ver. Soy como una especie de pago por tus servicios - dijo.
No podía mirarla a los ojos, la realidad era demasiado amarga, sólo sabía que no era lo que hubiera deseado y que en tales circunstancias lo mejor era salir de ahí, con la poca dignidad que me quedaba. Si tales eran las cosas no le daría a Nacho el gusto de gratificarme de esa manera. No podía tomar algo que no me había podido ganar a mi manera.
Le dije:
- toma esta tarjeta, en ella está el teléfono de un amigo. Él te puede cruzar y llevarte hasta tu destino…
Tomó la tarjeta y la miró. Dudó en conservarla, pero después de un breve instante se la guardó decidida. -Me voy- tengo que regresar para presentarme a trabajar. Lo dije no muy convencido y ella se dio cuenta. De aquí nada más voy a salir perdiendo - pensé.
Ella quería que me quedara. Lo vi en sus ojos, pero más valía dejar las cosas así. ¿Para qué enredar más el asunto? Abrí la puerta y la miré por última vez. Me sentí confundido, con la rabia de no poder definir lo que sentía. Cuando cerré la puerta. Me di cuenta que ya no había regreso, que tenía que seguirme de frente. Bajé las escaleras imaginándome dónde me gustaría estar cuando todos las broncas se hubieran sosegado. Quería rodearme de pensamientos agradables para no permitir que el nudo en la garganta me nublara la vista. ¿Que tal unos días en la playa, con mi jeep el “yellow one” y la moto de tres ruedas montada en el remolque?, o quizá regresar a mi rancho y seguir cortejando a mi sacrosanta novia, de quien se rumoraba que éramos varios los que gozábamos de sus favores.
Siempre me pensé a manera de imagen ideal apostado a la orilla de la plaza del pueblo, tranquilamente recargado contra mi flamante pick up y vestido con mis botas vaqueras y un sombrero Stetson de innumerables equis. Quizá, este fuera el momento de hacerla realidad. Cuando salí del hotel el aire de la madrugada me golpeó el rostro, a lo lejos se escuchaba todavía el ruido de la fiesta interminable. Respiré hondo como para llenarme de valor y aguantar lo que viniera. El Charlois y yo, teníamos que ver libre a nuestro querido Monín y habríamos de sobrevivir a cualquier precio todo el tiempo necesario para ver las aguas regresar a su cauce. Sin duda llegarían mejores tiempos. Metí la mano en el bolsillo y sentí las llaves de la Ram. Las apreté con todas las fuerzas de que fui capaz en mi puño cerrado y entonces una inmensa confianza en el futuro empezó a apoderarse de mí. Me sentí liberado de un gran peso, un estremecimiento que atribuí al aire frío me recorrió la espalda y me dirigí hacia mi vehículo: la Ram Charger que pese a todo era lo único que invariablemente, se había mantenido fiel.

"Las Entregas"

Cuando me fui, ya todo estaba dicho. Los motivos de mi partida no convencieron a nadie pero de igual manera me marché. A esas alturas y después de tanto desmadre ¿Qué podía importarme la opinión de unos pinches interesados? Aunque desde el principio; lo confieso, yo también quise creer que la teníamos hecha; que bueno; todo tiene su consabida dosis de riesgo, pero ¡carajo!, el que no se arriesga pues nomás no cruza el río. Y vaya sí crucé el río, y el freeway y la playa, nomás por andar detrás del cabrón de mi jefe que no tenía papeles; quesque para él, gran personaje de la mafia, era más seguro cruzar de ilegal. Y ahí me tienen siguiéndolo a todas partes y pasando las de Caín, escondido entre los matorrales, bajo los puentes, o en los tubos de los drenajes; hasta el cogote de lodo, porque de que traías un migra detrás de ti, no te quedaba otra que zambullirte en el agua, por mas puerca que estuviera, y ya en lo mero hondo de la charca, podías decirles de todo sin que ellos se acercaran siquiera, por miedo a ensuciar el uniforme. El caso es que sí sufrí, no sólo anduve detrás de él como perro faldero, sino que me hizo pasar cada aventura que dios guarde la hora; como la de aquella noche, que llegó muy presuroso a mi departamento y sin avisar siquiera. Me di cuenta que estaba ahí cuando escuché que me gritaba:
¡ándale huevón¡ ¿que estás haciendo a estas horas metido en la cama como las gallinas?,¡ levántate!, te invito a dar una vuelta. Siempre tenía que levantarme tuve y dejar la calidez de mi lecho para acompañarlo a quien sabe dónde chingados.

A ese cabrón no se le podía negar nada, y no había argumento que valiera cuando traía algo metido en la cabeza, así que no tuve de otra más que acompañarlo. Llegamos a un motel de mala muerte, allá por el rumbo de National City y mientras que yo lo esperaba en el auto él tocó. Se asomó alguien a la puerta y entonces volteó hacia mí y me hizo una seña para que lo alcanzara. Por precaución dejé las llaves en el switch del automóvil y las puertas abiertas porque de tanto andar con ese cabrón ya había aprendido que más valía dejar todo dispuesto para una rápida huida y no andarse lamentando por falta de previsión.

Dentro del cuarto había tres personas además de Pancho, estaban sentadas y en actitud impaciente, mi patrón un se anduvo por las ramas, en el acercamiento que tuvieron les aclaró que él no comerciaba con cacahuates y además les sentenció que si querían hacer “bisne” de a deveras, tendrían que venirse forrados con un buen billete para comprarle un barco, o ya de perdis la carga de un camión. Con esto los dejó tan pendejos que metieron la cola entre las patas y se fueron a juntar los millones a lo más intrincado del New York; que era de dónde habían venido. Al patrón le dio tanta hambre la sermoneada que me pidió prestado veinte dólares y mandó al Malandrín por unas pizzas. Esa fue de las primeras veces que tuve que sacar dinero de mi bolsa para financiar sus “expediciones”, (como a él le gustaba decirles) después se le hizo costumbre y desde entonces, así necesitara comprar un clavo o un alfiler, era yo el tenía que apoquinar, ya que entre la bola de vaquetones no había ni uno solo que trajera un centavo partido por la mitad.
El malandrín, compañero de trabajo, era un hombre de corta estatura y obsesión por el buen vestir, contaba entre los más notables hechos de su carrera delictiva, el robo de válvulas, que realizó a lo largo de todo un sexenio en perjuicio de conocida paraestatal, infamia que durante ese tiempo le permitió llevar una vida de holgura y no pocos placeres, hasta que fue descubierto y tuvo que poner pies en polvorosa. El güero, otro más de mis colegas, hombre de ensortijada cabellera y prominente barriga, se vanagloriaba de ser el famoso personaje de un corrido, inmortalizado por la hazaña de haber cocinado a bazucazos a dos policías de su rancho. Mi patrón se llamaba Pancho, individuo carismático, que según su propio decir, tenía facultades sobrehumanas que le permitían escuchar mas allá de lo audible para el común de los mortales, olfatear el peligro gracias a un muy cacaraqueado sexto sentido, y sobrevivir con una notable facilidad en cualquier tipo de circunstancia por difícil que esta fuera. (Añadiría yo que sí efectivamente sobrevivía en circunstancias extraordinarias pero a costas de los demás según pude constatar personalmente). Aunque su equipo de confianza ya estaba bien conformado, nunca desdeñó a nadie como posible socio, y entre su camarilla de colaboradores reclutó individuos de los más variados rubros y oficios; desde el agente de bienes raíces y en cuyas casas vivía con la explícita promesa de comprarla, hasta los muebleros que se esmeraban en decorar y redecorar el citado inmueble para que nuestro jefe pudiera vivir a sus anchas y como en él era costumbre. Complementaban la corte y séquito de mi patrón restauranteros, dueños de lotes de autos, fontaneros, que en ese orden suministraban comida, algún auto prestado (para realizar maniobras y misiones) y reparaciones de todo tipo. De entre sus "colaboradores", los banqueros, con quienes discutía por horas condiciones preferenciales para sus inversiones, o posibles traslados de sus millones de dólares directamente desde las islas Caimán, eran sus "clientes" más distinguidos. A ellos les pedía una "corta" para los "guairos" y los papeleos que, este tipo de maniobras, suelen requerir.

Mi excelso jefe, Pancho, tenía una gran debilidad por el bello sexo y no había dama, que obnubilada por el sueño de riqueza y poder, no se le entregara; aunque después de un tiempo, corto generalmente, abandonaban la plaza, cuando veían que sus sueños no tenían para cuando y que mejor era reincorporarse a sus respectivas actividades, so pena de añadir a la más espantosa crisis moral la penuria económica. Mi patrón era asimismo, un hábil maquillador de la realidad, y ahí donde todos veíamos un grupo de turistas disfrutando de un recreativo paseo, el veía a los “calzonudos” (como él solía llamarlos), Hindúes o pakistaníes, con quienes según él estaba realizando importante negocio. Y ahí donde todos veíamos un auto de policía haciendo una ronda de rutina, el veía el más inminente de los peligros, logrando que en no pocas ocasiones, se volvieran realidad sus delirios de persecución; porque en medio de su nerviosismo, se ponía enfrente de ellos contraviniendo de la manera más tonta las elementales normas de manejo; resultando de ello, en más de una ocasión, tremebundas corretizas, en las que siempre era yo quien terminaba asumiendo todas las consecuencias legales y económicas. Así que, poco a poco me fui cansando de los múltiples abusos de los que me hacía víctima; como cuando en otra ocasión, me hizo pasear con un bulto de cemento a altas horas de la noche por una ciudad infestada de policías; y yo muerto de nervios creyendo que lo que traía en la cajuela del automóvil era la muestra de la mercancía con la que pensaba transar. Y así, una y otra vez, me hacía pagar caro mi noviciado y el tránsito a la vida de ocio y ostentación, En otra vez, que me iba a presentar con sus jefes, me hizo comprar un viaje redondo en clase ejecutivo a Sudamérica y gastarme un dineral en trajes, para dizque, estar a la altura, y poder alternar sin inhibiciones con la gente clave de Colombia. Debo decir que nunca fui a Colombia, que nunca conocí a sus jefes, pero desde entonces y gracias a él me hice de una cierta reputación de persona elegante. Estos fueron solo unos cuantos episodios de los múltiples que plagaron mi vida mientras que fui su empleado, de ellos acaso sean los menos deshonrosos y los más dignos de ser tomados en cuenta.

Durante el tiempo que anduve tras sus pasos, compró hoteles, restaurants, condominios, autos, departamentos en la playa, y toda suerte de bienes muebles e inmuebles, cuyos dueños aceptaran en vez de dinero constante y sonante, promesas de pago. Para ello se sentaba a negociar un precio, (como si deveras), llegaba a algún acuerdo, vivía o utilizada el bien por algún tiempo mientras le daba largas al cierre de la operación, y cuando ya la situación se volvía insostenible, simplemente se mudaba a otra de las múltiples casas que estaba negociando, o devolvía el automóvil o bien en cuestión, poniendo de disculpa el pretexto más baladí, sin llegar nunca a cerrar trato alguno y pagar como tradicionalmente sucede en cualquier operación de compraventa que se precie de serlo. (Cosa que, juro, nunca ocurrió en el tiempo que anduve con él). Así vivió, comió, vistió, y hasta internó en un hospital a su poco agraciada esposa, para que le arreglaran la nariz, atrofiada por tremendo izquierdazo que Pancho le propinó ante el reclamo (improcedente a todas luces) de las atenciones que, en opinión de su mujer, eran injustamente distraídas de la sacrosanta institución conyugal. De dicho hospital no solo sacó la corrección de la imperfecta nariz de su esposa, y atenciones y cuidados para sus dos niños histéricos, sino que vivió, mientras se pudo, un tórrido romance con una de las enfermeras que a su vez tenía sus "queveres," con el mero jefe de médicos, que tan de buena gana y ante la esperanza de ser financiado con un complejo hospitalario de alta envergadura, se hacia de la vista gorda y hasta lo solapaba con la ilusión de conseguir que más fácilmente se volvieran realidad todas las promesas que Pancho le había empeñado. Pero al igual que en otras muchas ocasiones, la falta de claridad y de hechos fehacientes, comenzó a desgastar la credibilidad del doctor, hasta que un día explotó y decidió terminar con la zozobra y con la sangría económica a que estaba siendo sometido: librándose de una vez y para siempre, tanto de mi patrón como de su casquivana enfermera.

Ahora ya después de tanto tiempo, digo para mis adentros, que aquella fue una sabia decisión, y que yo debí haber hecho lo mismo, y al igual que los grandes campeones tener una retirada honrosa y muy a tiempo. Pero no fue así continúe a su lado no importando que veía, que sabía o que me dolía, porque siempre me he jactado de ser un hombre de lealtades, y porque de todo lo que puse en juego, esperaba verle el final, y aunque la razón me aconsejaba que nada de lo que vendría podía ser bueno, abrigaba una pequeña esperanza, ya no digamos de convertirme en el magnate que siempre soñé, sino de al menos recuperar una parte de mi muy disminuida hacienda. Fueron varios los acontecimientos que una y otra vez posponían mi partida, y encendían de nueva cuenta mis sueños de riqueza , como aquella vez que el “güero” entró a la habitación donde estábamos descansando, diciendo, que por fin había visto una maleta repleta de dólares, que traía Pancho para pagar los honorarios del equipo que estaba en coordinación con nosotros; porque han de saber, que una de las tantas veces que subrepticiamente intenté esclarecer la verdad y sincerarme con el patrón para que nos dijera la neta, él muy seriamente me confesó que toda la gente que estábamos cerca de él y que en apariencia formábamos el "núcleo" de su gente de confianza, sólo éramos una especie de grupo de trabajo "fusible", cuya misión consistía en atraer la atención y permitir que el verdadero equipo realizara sus funciones de manera más desahogada. Fue entonces que me dijo que él estaba en lo dicho, que consideraba los riesgos que afrontábamos, y que de igual manera seríamos “generosamente” recompensados. Muchas de las cosas que estuvimos haciendo durante los últimos meses, absurdas las más de ellas, encontraron un poco de sentido ante tales razones, aunque no me devolvieron la tranquilidad del todo; como aquella noche que me mandó a recoger un paquete a la estación del trolebús, lugar en que estuve parado como tres horas, y ni señas de quien debía estarme esperando, y yo ahí todo nervioso, sin saber que hacer ni que decir, en frente del guardia de la estación; hasta que decidí meterme al baño que apestaba horrores, nomás para no estar calentando el lugar, y ya después como de siete horas, sin comer y sin dormir, que le llamo al patrón y que me dice que lo disculpara pero que se le había olvidado a donde me había mandado y que ya que andaba por aquellos rumbos que aprovechara para llevarle unas pizzas porque tenía mucha hambre.¡ Eso es lo único que me consta!, siempre la traía atrasada y siempre tenia una justificación del porqué de sus estrategias por más absurdas que estas fueran, y cuando no estaba probando tu lealtad, te probaba para ver que tan de huevos eras, o como actuabas bajo presión. Sólo que casi siempre las presiones eran para mi bolsillo, y en esas circunstancias, siempre quedaba fascinado con mi desempeño. Recuerdo como si fuera ayer, aquella vez que pasamos enfrente de una patrulla, y sin decir agua va, que les para el dedo y que se voltea muy complacido y me dice: ¡ora si agárrate! porque vamos a ver que tal manejas, ¡claro! para el era muy fácil, tanto como que yo era el que siempre pagaba y terminaba viendo hasta lo último y afrontando las consecuencias de sus pendejadas; así que esa vez que le meto la chancla al carro, su “mechito", como cariñosamente le decía, y que no nos ven ni siquiera el polvo. Pero él, de todas formas, para asegurarse, que me dice: ¡párate en la esquina que ahí me bajo!, y ¡pícale para que no te agarren! Y ya sabes te espero en el restaurante. Así lo hice, pero contraviniendo el espíritu previsor que caracterizaba a mi patrón, dejó sobre el asiento del automóvil un pequeño portafolio del que nunca se separaba. Cuando me di cuenta ya lo tenía en mi poder.

En aquellos días andaba todo nervioso, llegaba a casa y antes de entrar, le daba dos o tres vueltas para ver si no había algo fuera de lugar. Todas mis conversaciones telefónicas aludiendo al “asunto”, las hacíamos en clave, de tal manera que al final terminábamos hechos bolas y sin entendernos ni madres. Por más que tratábamos de darnos ánimos unos a otros de que podríamos eventualmente obtener algún beneficio, las evidencias eran desalentadoras, y el equipo de repente se deprimía por lo fatigoso de estar parado vigilando la casa, o haciendo viajes interminables de hotel en hotel a las entrevistas en que Pancho concertaba negocios y de las que personalmente ninguno de nosotros pudo dar fe. Era pues cosa de todos los días debatirnos en el tedio permanente de acompañarlo al supermercado, a jugar béisbol o cuidarle los niños.
En los primeros tiempos mi economía marchaba sobre ruedas y tenía algún dinero ahorrado, pero la manera en que era inmisericordemente despilfarrado, en la compra de muebles (de segunda debo aclarar y agradezco esa contemplación que pancho tuvo para conmigo) pagos de renta, de servicio telefónico ( pues han de saber que mi patrón tenía una gran necesidad de mantenerse en contacto con los máximos jerarcas de la “cosa nostra” sin importar en que parte del mundo estuvieran) e infinidad de minucias más como ésas, la redujo a una insignificante cantidad que no servía para maldita la cosa, Así que durante los últimos días que estuve con ellos, la estrategia implementada era llegar sin blanca de tal forma que aunque quisiera no pudiera cooperar con un centavo más . Debo decir que en esos momentos aciagos en los que no se definía totalmente el gran negocio en el que estábamos "trabajando", compartimos con profunda vocación solidaria pan y cebolla; y yo un poco descreído por todo lo que no había visto y por todo lo que sí había pagado, únicamente esperaba el momento de la verdad por amarga que ésta fuera. Ya no era tiempo para recriminaciones y si había puesto a la ruleta lo menos que podía hacer era esperar a que se detuviera.
Pancho tenía un cariño muy especial por su Mercedes Benz, su cadena de oro con la figura de un águila y por su esclava recamada de brillantes. Aún recuerdo cuando en cierta ocasión tenia que cruzar la frontera por el cerro, y para no ser víctima de los innumerables “bajapollos” que asaltan a los indocumentados, me dio a guardar sus preciados objetos con miles de recomendaciones, y no se porqué, pero me dio la impresión de que tenía miedo de no volver a verme. Pero como repito, siempre he sido un hombre de lealtades, desaproveché esa gran oportunidad para ponerme a mano. Era tal su devoción por el "Meche" que buscó un mecánico ex-profeso para hacerlo su socio y de paso, granjearle los cuidados tan especializados que requería esa maravilla de tecnología automotriz. El famoso Meche no se le caía de la boca y le prodigaba más atenciones y cuidados que a nosotros y a su familia entera.

Los últimos días que pasé con el equipo, fueron tristes en realidad. No obstante de haber llevado nuestra misión a feliz término, (a decir de Pancho) el dinero escaseada y no teníamos la mismas atenciones. Como yo tenía rato jugando la estrategia del "sin dinero," no se veía por donde realizaran las tres comidas. Fue en una de las muchas tardes en las que nada teníamos que hacer, que Pancho nos empezó a llamar uno por uno hacia la terraza que se habría hacia la parte norte de la ciudad, y una vez que me tocó turno, me puso la mano sobre el hombro, me miró fijamente a los ojos y me dijo: ¡ya estuvo!, ¡te felicito por lo bien plantado que los tienes!, te corresponden cuatrocientos mil de los grandes, y si quieres, puedes tomar parte del sobrante de la transacción para que la realices por tu cuenta. Yo que nunca he pecado de ambicioso le dije que con el dinero estaba bien, que con lo demás el sabría lo que hacía; me dio la mano y me abrazó. Ya cuando salía me dijo: - Ven mañana porque te voy a entregar.
Cuando él se refería a entregar yo quería entender que me iba a pagar, lo digo y no por hacer luz en cuanto a los conceptos que se han acuñado en el oficio, sino porque se convirtió en la palabra clave que dio rumbo a los siguientes acontecimientos. La entrega nunca se llevó a cabo, ¡no me pagó! ¡punto!, y me trajo toda una semana cargando en mi automóvil tres maletas vacías; ya para entonces un servidor estaba previendo otra forma de cobrarme, así que las últimas veces que lo vi ya me daba lo mismo. Por eso cuando les dije aquello de que el dinero no me importaba y que lo que verdaderamente importante era la vida y la tranquilidad de conciencia, la amistad, etc., etc., no me lo creyeron, pero de todas formas me fui. Y es que, aquella vez en que Pancho se bajó del automóvil en marcha abandonándome a mi suerte, me di cuenta de que en el portafolio que dejó olvidado en el "Meche," estaba el título de propiedad del automóvil, entonces supe que no la había visto de gratis. Lo tomé y después de un tiempo prudente, lo registré a mi nombre y lo reporté como robado. Sólo esperé a que la policía me lo entregara de sus manos.

Yo por mi parte siempre he sabido que el mantenerte dentro de una línea y apegado a los principios de lealtad y honestidad que han regido, y seguirán rigiendo mi vida, siempre paga.
Después de todo ese tiempo en que mi economía sufrió tantos quebrantos, me doy cuenta que la providencia quiso gratificarme, restituyéndome en mis penurias con un auto de lujo, que me hizo pronto olvidar todos y cada uno de los sinsabores que el destino y Pancho me hicieron padecer. Ahora, ya después de tanto tiempo y de haberle perdido las huellas a mi patrón, suelo encontrarme ocasionalmente al güero y al malandrín, y ambos me dicen que cuando de vez en vez cuando por casualidad lo topan, él todavía se acuerda mucho de mí y de aquella famosa entrega. Lo que no me queda muy claro, es si Pancho se refiere a la entrega que debió hacerme de mis honorarios o, a la entrega que yo mismo me hice de su automóvil, o a la entrega que hice de él a la policía, cuando le dieron diez meses de cárcel por conducir un vehículo que había sido reportado robado. Lo único que me apena es que haya pasado todo ese tiempo de encierro, nomás por no haber resistido la tentación de manejar su querido "Meche" sin papeles.