Nacho apareció por mi vida en momentos aciagos, para ayudarme a traspasar la línea que separa a los hombres de empresa de los mediocres.
Nuestra larga amistad, nació como el fruto de las circunstancias, en una noche en la que mi patrón se fue de parranda con una de sus novias en turno, dejando desprotegido y al alcance de mi mano el teléfono: instrumento fundamental en eso de correr el negocio y mantener funcionando las endebles lealtades. Era Nacho, así me lo hizo saber y estaba super urgido de un levantón. Para esos entonces gracias a una tenaz voluntad de salir de perico-perro y convertirme, si la vida me lo permitía, en el hacedor de mi propio destino, había comprado con un esfuerzo supremo un carro y una pick-up; herramientas indispensables en esto de transportar ilegales. Sin entrar en detalles le pedí sus coordenadas, y me salí con todo y mis escasas pertenencias. Sabía, que había ganado la oportunidad de llegar a ser jefe, pero asimismo, que perdía toda posibilidad de regresar a la seguridad y el confort de esa casa y de volver a mirar otra vez a su único ojo a mi ex- patrón el tuerto.
Nacho tardaba meses en dar señales de vida pero siempre aparecía y llegaba a la casa en un peregrinar que lo llevaba de norte al sur y de sur al norte siempre con personas a las que les agarraba cariño por convivir mucho tiempo con ellas. En uno de tantos viajes en que tuve la mala fortuna de acompañarlo, comenzaron los problemas con Ovidio, entre otras cosas porque en este negocio nunca se pisa firme y porque desde mi punto de vista, Nacho se excedía en el celo con que trataba a su gente. Fue por Tecún Umán, en territorio guatemalteco, cuando Ovidio, compañero de trabajo y empleado del mismo patrón, nos delató a la policía local y mientras que eran peras o manzanas nos mantuvieron en el tambo tres días. Cuando volvimos a ver la luz del sol “nuestros” pollos, que desde hacía tiempo teníamos apalabrados se habían ido: Ovidio hacía tres días que los llevaba con rumbo a Los Estados Unidos. Regresamos a San Diego con las manos vacías. Una vuelta tan larga nomás para estar en la cárcel. Yo nunca he sido rencoroso, así que pronto olvidé el detalle, no así Nacho, que cada vez que me veía se la pasaba dándole vueltas al recuerdo, fastidiándome conque le diéramos un susto y que ni creyera que se iba a quedar así; y nomás duro y dale, calentándome la cabeza y pidiéndome que lo ayudara si en verdad era su amigo. Una noche después de celebrar en la “Posta” y un poco turbado por los vapores del alcohol le dije que estaba bien, que iríamos con mi amigo Tony a ver que era lo que se podía hacer. A mí no me terminaba de gustar la idea porque en eso de las venganzas siempre te sale cola, y porque además, yo no tenía mucho que sentir del Ovidio porque cada vez que llegaba la frontera se reportaba conmigo; así que si le hice caso fue porque además de que traía unos alcoholes en la panza, ya era mucho lo que había chingado.
A Tony, que en aquellos entonces trabajaba como detective para la Border Patrol, le planteamos el asunto y nos hizo caso, entre otras cosas, porque además de varios favores me debía un carro que nunca me pagó. Después de varias horas en las que seguimos departiendo y en las que Nacho no paró de dar santo y seña, nos fuimos a la casa y sólo fue cuestión de tiempo para que el asunto quedara olvidado.
Con eso de que rodando las piedras se encuentran, no pasó mucho para que Nacho y Ovidio se vieran nuevamente las caras. Fue en casa de Don Charvín y no tardó para que las viejas rencillas salieran a relucir, sólo que esta vez el patrón aclaró las cosas; si aquella vez Ovidio nos había robado la gente no fue nomás porque sí, sino porque Nacho ya estaba muy desprestigiado y con eso de que le agarraba mucho cariño a su gente y en especial a la mujeres de no mal ver, la clientela estaba muy descontenta. Fue por eso que la denuncia fue sólo la estrategia para que Ovidio le entrara al relevo y la gente siguiera llegando. Una vez aclarados los malentendidos todos nos pusimos a celebrar amigablemente y Nacho y Ovidio después de tanta mala leche se volvieron a sentar a la mesa.
Los negocios florecían con eso de las crisis de los países tercermundistas y no nos dábamos abasto para transportar tantas almas inocentes en pos del “american drim”. De aquellos malos entendidos ya no quedaban ni los más mínimos rescoldos, daba gusto ver a Nacho y a Ovidio trabajando hombro con hombro.
Fue después de varias semanas en las que ninguno de los dos aparecía por mi casa que le volvieron a caer con un grupo de gente de Centroamérica. Comenzamos a platicar y me contaron que las cosas cada vez se ponían más difíciles que a Ovidio ya lo traían cortito, que por dónde quiera que andaba se topaba con cabrones sospechosos y que se batallaba lo indecible para hacerla hasta San Diego, así entre plática y plática, se empezó a sentir la necesidad de algo que reconfortara el espíritu, y como yo era el anfitrión y además estaba obligado por razones de negocios a crearles un ambiente agradable, tuve que salir a deshoras de la noche a ver dónde conseguía algo para que tomaran. Anduve de la ceca a la Meca buscando licor sin poder conseguirlo, hasta que se me iluminó la cabeza y me acordé de una antigua amiga que siempre estaba bien pertrechada. Me encaminé con la firme intención de abastecerme y regresarme como de rayo a donde mis amigos. Cuando toqué a la puerta me abrió la Rosario, me tomó de la mano y sin ninguna dilación me llevó hasta su recámara, debió suponer que andaba buscando otra cosa, porque cuando le expliqué el motivo de mi visita nomás torció la boca y me dijo que ya sabía donde estaban que para que le hacía concebir “falsas ilusiones”. Tomé las que más se me apetecieron y le eché un último vistazo a la Rosario que desde la cama me despedía. En un esfuerzo supremo de disciplina y responsabilidad me encaminé hacia la puerta y desde allí le grité que me esperara, que lueguito volvía.
Cuando regresé a mi casa todo estaba tranquilo, cuando entré me di cuenta de que el Ovidio ya no estaba y según me explicó Nacho ante mi tardanza se decidió a salir a buscar algo por su cuenta. De eso hacia ya rato así que consideraba que no debía de tardar. Abrimos una de las botellas y comenzamos a beber poco a poco, y a hundirnos en nuestros recuerdos y a refrendar la vieja amistad que nos unía; del Ovidio ni sus luces y ya para entonces francamente no nos importaba, en eso estabamos cuando escuchamos ruidos extraños y la casa se iluminó de color rojo y azul, cuando nos dimos cuenta de lo que pasaba ya estabamos arriba de la patrulla con las manos esposadas.
Nacho salió libre, con sólo decir que él estaba de visita en cambio yo tuve que pasarme doce largos meses en la cárcel y cada uno de ellos maldiciendo al cabrón de Nacho porque por su culpa tuve que cargar con toda la responsabilidad. Las evidencias en mi contra, y otros indicios que me señalaban directamente como el culpable contribuyeron a que me dieran una larga y excesiva condena.
El Tony al enterarse vino de visita muy triste por el desafortunado curso que tomaron los acontecimientos. Me trajo unos cigarrillos, que no me hacían ninguna falta porque el buenazo de Ovidio conmovido ante la “mala” suerte me mandó tantos que en el largo año de prisión no tendría tiempo para consumirlos. Cuando ya se retiraba apenas me dio tiempo para hacerle algunos encargos, entre ellos le pedí que apenas supiera del paradero del Nacho me lo comunicara porque entre las muchas cosas que Nacho nunca aprendió estaba esa de que en este oficio hay ocasiones en las que se tiene que aprender a tragar camote y que si el destino me lo permitía yo sería su maestro, y la segunda fue que le dijera a la Rosario que si aún me estaba esperando que me hiciera el favor de tomar una silla porque todavía le faltaba un buen rato para que me volviera a ver por su casa.
No comments:
Post a Comment