Saturday, September 26, 2009

"Contrabando y Traiciòn"

No sabes que algo va a suceder hasta que te pasa, esa fue la gran lección que tras largos años de andar a salto de mata me dejó la vida. Aquella mañana parecía como un día más, y solo después de los tristes acontecimientos que un poco más adelante relataré, me fui dando cuenta que desde las primeras horas la fatalidad ya estaba presente y que bien poco pude haber hecho para evitarla.

La noche anterior había sido una más de tantas noches, y hubiera pasado desapercibida sino me hubiera encontrado nuevamente con la “Machincuepa”, o sea la Rosario, a quien así apodábamos por su gran capacidad de caer parada y sobre blandito cada vez que la lumbre le llegaba a los aparejos. Fuimos algo así como “partners”, y nos habíamos conocido rodando en esto de las cosas del negocio, y desde el primer momento en que la vi, ella me vio y los dos supimos que “algo” tenía que suceder.
Es menester aclarar que dado la liviandad de sus cascos y su muy bien ganada fama de mujer fácil permitían suponer que nomás era cosa de moverle tantito para ganar sin mucho esfuerzo sus favores.

De aquella vez en que nuestros ojos chocaron hacía ya un buen tiempo, y no lo niego, tuvimos mientras que supe administrarme, una relación que yo catalogaba como aceptable, pero que para ella se convirtió en la tabla de salvación de la que no quería deshacerse bajo ninguna circunstancia. Debo decir que no podía dejarla así como así, pues me representaba la seguridad que en esos momentos de crisis yo no podía despreciar. Así que anduve con ella. nomás dando bola para no dejar que el negocio se me cayera mientras aparecían nuevos prospectos que me permitieran enderezar la nave.

La Rosario se me fue convirtiendo en un “pain in the Ass” como dicen los gabachos, pero mi situación era tan precaria, que no podía darme el lujo de prescindir de mi única fuente de ingresos; al menos mientras que alguno de mis antiguos socios se armara de valor y apareciera de nuevo por los rumbos de San Isidro, haciendo de tripas corazón y dejando a un lado el miedo de quedar entambados por tiempo indefinido. Así que estuve aguantando y cediendo cada vez más a las pretensiones de la Rosario que cada día se volvían más exigentes y disparatadas. Los signos fueron apareciendo poco a poco, y yo me hice como que no me daba cuenta, primero las salidas a cenar, cuando antes lo primero que hacíamos era refundirnos en el primer motel que encontrábamos, y luego, las idas al cine que entre paréntesis te costaban un ojo de la cara y todo para no entenderles ni madres porque las películas siempre te las pasaban en inglés. Pero cuando me di cuenta del real peligro que me acechaba, fue cuando me quiso llevar a misa; y no es que no sea católico, lo soy y a mucha honra, sino que mis convicciones personales me impiden asistir con cualquier mujer a tan sacrosanto lugar y es que la Machincuepa no era cualquier mujer, sino que era una cualquiera, y eso ya era el colmo de las desvergüenzas. Pero como yo no podía agarrar el toro por los cuernos y sincerarme por cuestiones de seguridad personal, le daba largas al asunto y ella montada en eso del que calla otorga iba alimentando una ilusión que yo no era capaz de desmentir. Yo nada más esperaba que para cuando se diera mi anhelado cambio de suerte no fuera ya demasiado tarde.

Cuando Nacho me habló para decirme que venía en camino, el mundo entero se me pintó de rosa, nada más que todavía estaba en Guatemala, así que para llegar todavía le colgaba como cosa de un mes, tiempo que yo consideré suficiente para arreglar mis asuntos con la Rosario sin que la sangre llegara al río. Pero no obstante la delicadeza con la que comencé a tratar el asunto, ninguno de mis argumentos pareció funcionar y lo que fui generando fue un gran resentimiento que aumentó cuando se dio cuenta que estaba a la espera de hacer un regreso triunfal en el mundo de los negocios y por consecuencia de hacer “mutis” de su vida. Mientras tanto, Nacho me seguía llamando y en cada una de sus llamadas, sentía que estaba cada vez más próximo mi definitivo cambio de fortuna. Ya estoy en Morelia, me decía, Ahora estoy en Guadalajara, mañana llego a Mazatlán y así cada dos o tres días, mientras que la Rosario me veía con unos ojos que casi querían tragarme. Cuando Nacho estaba en San Luis Río Colorado, consideré el mejor momento para decirle adiós. Ni me contestó, cuando me vio buscando mis maletas solo me dijo:
- ni te molestes en buscarlas, esta mañana las tiré a la basura.
En ese momento ni apuro me dio, y hasta consideré como barato el precio pagado con tal de que ella desquitara su coraje. Así que ya parado junto a la puerta, me volví para mirarla y los dos supimos que otra vez que volviéramos a vernos nada más odio tendría para obsequiarme.

Nacho me llamó, había llegado a Tijuana y esa misma noche cruzaría la frontera, así que me arreglé y me dispuse a pasar una agradable velada en el “Marisol”, salón de baile donde se reunía la gente clave del negocio, preparándome para mi gran día. Cuando llegué lo primero que vi fue a la Machincuepa, y me dedicó una de esas miradas que matan, yo me hice como que no la vi y me seguí de refilón hasta donde estaban unos viejos amigos. Toda la noche me la pasé ignorándola, pero mis amigos entre burla y burla me decían que estaba muy bien acompañada. Uno de ellos, nomás para provocarme que se acerca ala mesa donde estaba y les pide lumbre para encender su cigarrillo, y que regresa con el cigarrillo apagado y que me dice:
-¿A que no sabes con quién está la Rosario?, ¡es un pinche gabacho que no habla ni madres de español y que para colmo masca tabaco y no deja de mirarte y de murmurar entre dientes! Yo me hacía el desentendido y confiaba en que serían ya los últimos rescoldos de la tormenta y abrigaba la ilusión de que solo fuera cuestión de tiempo para que las aguas regresaran a sus cauces. Ella se la pasó bailando y yendo una y otra vez con los músicos a pedir cierta canción que fue la rúbrica de la noche entera.

Ya de madrugada, y en mi nuevo domicilio sonó el teléfono como había estado esperando para informarme que Nacho, mi guía estrella, había llegado a casa de doña Juanita con algo más de treinta pollos así que desperté a mis chalanes, les di dinero para que prepararan sus trocas y las instrucciones de rigor para que a la hora de la hora no se me apendejaran.

Era una mañana resplandeciente, me bañé y seleccioné de entre mi escaso guardarropa una playera y unos pantalones, tomé mi cartera, mis lentes para el sol y salí a luz del día. Cuando llegué ya me estaban esperando, abracé a Nacho y le reclamé el olvido en el que me había tenido. Acto seguido pusimos manos a la obra.

No habíamos empezado a acomodar a la gente en las trocas cuando se armó el gran desmadre, por el frente venían varias patrullas de las que salían hombres con chamarras de policía, cerré rápidamente la puerta dejando a los chalanes afuera y me fui hasta la parte de atrás de la casa, rompí el mosquitero y salí por la ventana hasta la calle. Me dirigí a mi antiguo domicilio, es decir a donde hasta hacía unos pocos días estaba viviendo con la Machincuepa, que solo estaba a unas pocas cuadras de ahí, di vuelta, llegué hasta la casa y toqué desesperadamente, se asomó la Rosario y durante unos segundos dudó, pero pronto se resolvió a no dejarme entrar, cuando quise abordar el trolebús que en ese momento pasaba ya era demasiado tarde, el sargento Brown, me tenía encañonado.

Ahora ya a toro pasado y haciendo memoria de aquella noche en el “Marisol”, no sé porqué pero no me dio mala espina de que la Rosario estuviera acompañada de un americano que mascaba tabaco. Lo que no me perdono es por haber sido tan estúpido de no haber comprendido que la canción que pidió toda la noche fuera esa de “...cuando una hembra si quiere a un hombre/ por él puede dar la vida/ pero hay que tener cuidado/ que esta hembra se sienta herida/ la traición y el contrabando/ son cosas incompartidas...”

Cuando alguien me pregunta que si le tengo rencor, no siempre les contesto lo mismo, a veces les digo que si me traicionó fue por mi culpa, otras que nomás es cuestión de tiempo para que la vida le devuelva la misma moneda, lo que nunca le he perdonado, ni le perdonaré es que me haya cambiado por un pinche policía y que además me haya puesto dedo justo cuando mi buena estrella comenzaba a brillar.

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